¿Qué tan conscientes somos de lo diversa que puede llegar a ser nuestra sociedad?
¿Logramos vislumbrar las diferentes comunidades con que coexistimos en Chile?
¿Qué tanto sabemos, por ejemplo, de los musulmanes, los peruanos, los homosexuales, el pueblo Rom, el pueblo mapuche, y sus prácticas identitarias expresadas en el país?
Y si es que alcanzamos conciencia de ello.
¿Qué tan abiertos estamos al diálogo con ese Otro diferente*?
¿Con cuántos prejuicios y estereotipos nos encontramos en el camino?
Cotidianamente convivimos –consciente o inconscientemente, con la aceptación  o con rechazo –en medio de una extensa diversidad cultural, entendida ésta desde la mirada amplia, es decir, como aquellas “comunidades humanas que comparten una identidad, una forma de ser o de existir. Sus particularidades culturales pueden ser étnicas, de género, generacionales, de identidad sexual, de clase social, de nacionalidad, de religión, etc”1.
Constatamos que somos parte de un mundo multicultural, una sociedad heterogénea, sin embargo, con una enorme necesidad de diálogo; diálogo que Paulo Freiré* comprendía como “la oportunidad que tengo disponible para abrirme al pensamiento de otros y por ende no retirarme al aislamiento”, y que Gloria Jean Watkins*, más conocida como bell hooks, describe como “una de las cosas más simples que podemos empezar a hacer como (personas),… para así poder cruzar los bordes, las barreras levantadas por la raza, el género, la clase social, el estatus profesional, y una gama de otras diferencias” 2.
Entonces se vuelve imprescindible pasar desde el desconocimiento del Otro a un espacio de diálogo entre seres humanos, más allá de los rótulos y estereotipos mutuos.
Ahora bien, y tal como me ha tocado escuchar, algunos dirán: “¿Qué me aporta esa diversidad, y aún más, eso de un diálogo intercultural?”, con la fantasía de estar en una sociedad homogénea y/o con el prejuicio de que las diversidades son más bien un estorbo del cual hay que deshacerse.
Este rechazo es especialmente notorio frente a aquellos grupos que no vienen de países “desarrollados”, como son las migraciones andinas (peruanas, bolivianas y ecuatorianas) o cuando se considera que “son personas que no aportan en nada a la economía del país”.
Al respecto está descrito como el aprendizaje cultural, es decir, el que resulta del encuentro con ese otro distinto, genera “un conjunto de situaciones intensas por las que el individuo llega a ser consiente de sí mismo y de otras personas, de tal manera que alcanza nuevos niveles de conciencia y de comprensión. 3.
Es decir, cuando me encuentro con ese Otro diferente, al mismo tiempo que comprendo su cultura, incremento la comprensión de mi propia cultura, de mi mismo, de mí misma, de mis valores, de mis creencias, de mis percepciones y de mis formas de actuar.
Así también cuando se encuentran dos culturas, está la posibilidad de le integración de ambas, aprendiendo y asimilando actitudes y valores nuevos, que dan paso al desarrollo personal y a una sociedad pluralista.
Es el desafío de sociedades globalizadas como las de hoy, ir desde la multiculturalidad –que ya es un paso, en tanto reconoce la existencia de diversidad de culturas – a la interculturalidad –que sí supone una interacción entre personas y grupos que cuentan con diferentes marcos de referencias y experiencias de vida, en un clima de respeto mutuo-.
De tal relevancia es la inerculturalidad que en algunos países hace años ya es un tema de política pública.
Es el caso e España, donde la confluencia de diferentes migraciones, si bien ha estado y sigue estando asociada a una serie de conflictos, ha obligado al Estado a cuestionarse y a realizar esfuerzos para ofrecer oportunidades a diversas comunidades, en sus ámbitos de educación, salud, trabajo, etc.
Claramente la interculturalidad no está exenta de dificultades.
Fundamental es comprender que nuestros modelos de mundo son sólo nuestras particulares formas de vivir la vida, ni únicas ni verdaderas.
No representan nada más que una, en una inmensidad.
Es imprescindible, que en medio de la tensión que siempre existe en el encuentro con el Otro, haya una actitud de apertura, que seamos capaces de identificar nuestros prejuicios y suspenderlos-más que sea por un momento –para estar efectivamente disponibles a escuchar y reconocer otras formas de ser y de existir, otras formas de comunicación, de lenguajes, de relacionarse.
Desde ese encuentro de respeto, de escucha mutua es que recién se hace posible el diálogo intercultural.
En ese momento entendemos que el encuentro con otro mundo, en principio tan diferente al nuestro, tan humano como nosotros, no sólo es posible, sino que nos enriquece infinitamente.
Por lo menos esa es mi particular experiencia que surge de la elaboración del libro “La Fuerza de Nuestra Diversidad”: de Huaviña a Ramdán”, donde tuve la oportunidad de compartir y crecer con diferentes comunidades de nuestro país.
Es también desde mi propia experiencia que puedo advertir que este diálogo no sólo surge desde lo cognitivo o racional, como lo sería aproximarse a otra cultura, por ejemplo, no sólo desde lo leído en un libro sobre ella, sino que también desde lo emocional.
Es abrir nuestros sentidos al encuentro con ese Otro que no resulta distinto. Nos conectamos y sensibilizamos con sus alegrías, sus pasiones, sus dolores, sus demandas, sus temores, sus anhelos y sus esperanzas.
Humanizamos a quien hasta ahora sólo conocíamos desde el prejuicio.
Así nos acercamos a los sentimientos de una mujer gitana o a un travesti tras sus atuendos.
Nos damos la oportunidad de conocer a quién está tras determinada fisonomía, idioma, cosmovisión, etc.
Es abrirse a nuevas formas de relacionarse con el Otro, a nuevos lenguajes verbales y no verbales, comprendiendo que es en este último donde más se pone en juego el poder establecerse o no una relación de confianza. En definitiva, el diálogo intercultural es un encuentro que puede llegar a remover incluso aquellos anquilosados modelos de vida, que tantas veces asumimos como una verdad incuestionable.
A través de estas breves líneas, he querido hacerles una invitación a ser parte del aprendizaje que surge del abrirnos al diálogo intercultural. Es una oportunidad no sólo en términos de desarrollo personal sino también favorece la construcción de una sociedad más tolerante e integradora de las diversidades –diversidad de la que también nosotros somos representantes –
Una apuesta por desarrollar una apertura a la diferencia, por crear espacios de diálogo, donde al tiempo de buscar significados compartidos y puntos de acuerdo, también seamos capaces de expresar nuestras contradicciones, discrepancias y ambigüedades…, claro está, sin negar al Otro.
No hay duda de que somos parte de un mundo multicultural.
Entonces, ¿qué tan abiertos estamos al diálogo con ese Otro diferente?       
                
1.- Fundación ideas: Manual Tolerancia y No Discriminación. LOM  2003 Pag 58
2.- En Zúñiga, X.: Taller de Facilitadores Diálogo Intercultural Árabes-Judíos 2007 Pag 5
3.- Hielen McEntee: Comunicación Intercultural.  Me Graw Hill 2007. pag 66

*Paulo Freiré 1921- 1997: Educador brasilero
*Jean Watkins: Escritora Norteamericana, Feminista 

Nota comentario:  Con todo respeto, ¿qué hay que hacer? ¿Esperar que se nos integre? ¿Llamarles para que se integren? ¿Dejar que sean, y seamos, sin aceptar el orden establecido? ¿Demarcar el terreno de los respetos, las obligaciones y los deberes, para tener derecho a exigir esos derechos?, Y si se niegan, o nos negamos a aceptar que los recursos y beneficios que reciben y recibimos  se generan con el esfuerzo de todos, y que por derecho son un derecho, eso también implica en esencia deberes compartidos y responsabilidades frente a todos los Otros.
¿Cómo hacer, para que todos ganemos…?

PAULA LEGUE DÍAZ Psicóloga Social U. de Chile

El Fortín del Estrecho