Prometer sin respeto lo que no se podrá cumplir, o simplemente intentar mañosamente que esas promesas no se hagan realidad…, esa es la médula de las estrategias de esa sucia política chilena. La historia de nuestra nación está llena de ejemplos… (“Nos bajaremos las dietas”; “lo mejor está por venir”; “un Estado protector”; “el Chile que sueñas”; “sigamos juntos”; “nos une el amor”; “creo en un Chile más humano”; “me la jugaré contra la delincuencia”; “estoy dispuesto a darlo todo”; “terminaremos con las mafias de la educación”; “fin del lucro con la inmigración ilegal”; “jamás me di cuenta que había tanta pobreza”; “el miedo de los chilenos”; “Haremos una zanja en el desierto”). No hace mucho, estos que exigían el indulto de los presos en Punta Peuco…, guardaron silencio cómplice cuando la “Justicia” mandó a esos corruptos adinerados a cumplir “en la escuelita imaginaria” cursos de ética como sentencia a sus reiteradas estafas al Estado. Hoy esos mismos se han opuesto al indulto de los autores de daños a la propiedad en el trágico octubre de 2019. Vedlos ahí: Los unos por daños y los otros por homicidios. De una u otra forma, el intento, es lograr la impunidad manipulando la justicia y la verdad. Los homicidios fueron comprobados y los daños a la propiedad están a la vista. ¿Y ese Estado de Derecho del que tanto se habla? ¿Y esa igualdad frente a la Ley que se vocifera en las campañas? ¿Dónde están?
Discursos, manipulaciones, artimañas, traiciones, cuanta avaricia, cuantos engaños, cuanto desprecio, cuantas amenazas, cuantas calumnias, cuanta venganza, cuanta burla. Y, las maniobras-contratos-y-acuerdos-de-medianoche se condimentan en la cocina de la sinvergüenzura politiquera. ¿Todo en el nombre de la patria? Y, “de Dios”.
Y las campañas en épocas electorales se repiten siempre con el mismo formato todo entre sonrisas hipócritas, posturas de seriedad, y entre despliegues colorinches y prometedores slogans, (“cerraremos la puerta giratoria”, “se les terminó el recreo”). Y, esas manipuladas encuestas. Todo ese desplazamiento muy bien disfrazado de democracia lo corona esa “franja política”, evento que se torna en un espectáculo ridículamente circense imitando las formulas del intervencionista país del norte. Esas maniobras logran que los ciudadanos de sano juicio terminen sintiendo desprecio, frustración y desinterés.
Al analizar técnicamente la mercadotecnia estratégica de esos intentos, queda a la vista lo descarado del manejo emocional con el que contaminan la voluntad de la gran masa dirigiéndola en esas direcciones definida por ellos, (aguas para sus molinos) que llevan a distraer la dirección de verdaderas soluciones que la ciudadanía espera para mejorar el desarrollo político administrativo de la nación en beneficio social real. (Históricamente lo han logrado, el desastre está a la vista).
Llegado el momento él o la candidata moverán su colita frente a sus eufóricos partidarios…, y los abrazos del triunfo y la repartija de cargos se presentan como maná caídos del cielo (y el mendruguerío exigirá sus derechos). (Luna de miel, le llaman a ese corto periodo que termina cuando la ciudadanía despierta de la eufórica hipnosis electorera). Históricamente la politiquería chilena ha causado una dolorosa vergüenza. Hoy, lo que se deja sentir y ver debajo de la punta de esa alfombra que ha levantado la presión ciudadana, es mucho más que vergüenza, es frustración, desengaño, odio y desinterés. “¿Porqué siempre después de las elecciones el pueblo ha dejado de tener la razón?” La verdad es que la mentira institucionalizada es un buen negocio.
Sólo para recordar: Extracto, Diario del Exmo. Presidente de la República de Chile Don Aníbal Pinto: 16 de agosto de 1878.
TEXTUAL: “Imposible imaginar un cuerpo más destituido de patriotismo, de miradas elevadas, de espíritu práctico que la actual Cámara de Diputados… Con un contingente considerable de charlatanes que concluirán su periodo dejando los más pobres recuerdos. Y esto, en circunstancias en que el país había necesitado de un cuerpo legislativo inteligente y patriota”.
Y a esto, sumémosle el Manifiesto de Huidobro… y, si los trasladamos a nuestros días… ¿Qué nos queda?