¿Cómo explicar esta constelación de fuerzas centrífugas y disgregadoras que tanto daño hace a la consolidación del sueño integrador de América latina?
¿En qué radica la incapacidad de nuestros líderes para establecer un camino de construcción armónica de nuestro futuro, basado en la fraternidad y solidaridad de los pueblos hermanos? ¿O esto es sólo retórica que no se corresponde con la cruda realidad de las relaciones internacionales, donde priman los intereses de los más fuertes y la defensa inclaudicable de los intereses propios, más allá de las filosofías de gobierno que incluso pueden ser convergentes?
En gran medida los modelos de integración han saltado por los aires porque no se ajuntan a los tiempos de la globalización y la competitividad.
Esto debe ser dicho con fuerza y con claridad. El contexto político, social y económico de América Latina y el Caribe está en un proceso de cambios que debe constituir un referente importante en la definición de las nuevas políticas de integración.
La comunidad Andina y el MERCOSUR se crearon como uniones aduaneras, como espacios cerrados protegidos, al estilo del primer modelo de la Comunidad Económica Europea del Tratado de Roma, justo cuando la economía internacional iniciaba la globalización de sus estructuras productivas, financieras y comerciales, y las economías nacionales requerían abrirse al exterior.
Los modelos de integración del pasado buscaban garantizar simultáneamente la afluencia de las corrientes de comercio entre los países miembros del bloque comercial y proteger de la competencia internacional a los productores internos. Por esta razón, tales modelos establecían barreras arancelarias comunes, desgravaciones arancelarias aplicables a las corrientes de comercio internas, y líneas de producción y cuotas de mercado discriminados positivamente a favor de las empresas locales. De este modo, las autoridades buscaban que se generaran las economías de escala que requerían las empresas productoras para amortizar las inversiones requeridas para su expansión en mercados altamente protegidos. Con la globalización del comercio y las finanzas, los espacios cerrados hoy son imposibles y la competitividad depende de otros factores.
En general los analistas convergen en señalar un conjunto de factores como causales de las dificultades que ha enfrentado el desarrollo de las iniciativas de integración puestas en ejecución:
i) Debilidad de su institucionalidad y, en particular, de sus mecanismos de solución de controversias.
ii) Adopción de normas comunitarias que no se aplican.
iii) Ausencia de coordinación macroe-conómica.
iv) Y, trato insuficiente de las asimetrías en el seno del esquema de integración. Estas causales, aunque ciertas en sus efectos, no dan cuenta de la contradicción vital de tales iniciativas de integración parcial a la economía internacional, consistente en proteger a los productores internos de los competidores externos más eficientes, lo que constituye un vicio de origen de las iniciativas emprendidas y su problema central.
A pesar de todo, la crisis de la CAN y la del MERCOSUR a las formas más clásicas y tradicionales de ejercicio del poder político que a la vez despiertan fuertes expectativas.
Al mismo tiempo se instaló un consenso muy difundido y positivo, según el cual los cambios en la orientación del desarrollo deben hacerse dentro del marco institucional de la democracia, con especial cuidado de los equilibrios macroeconómicos y el respeto a las libertades y derechos de la ciudadanía. En este sentido, debe destacarse que en varios de los países de la región existe una búsqueda clara de una mayor inclusión social, a partir de la combinación de una mayor legitimidad del sistema político, mejores prácticas de regulación ejercidas por el Estado, y mejores y más incluyentes políticas públicas.
En el ámbito económico, el consenso respecto de los equilibrios macro-económicos se da en un contexto propicio a innovaciones y en un escenario de corto plazo positivo en términos de entorno global. Este viene dado por un mejor ritmo de crecimiento, menor costo del financiamiento de corto plazo y por términos de intercambio extraordinariamente favorables de alguna materias primas. Ha de considerarse, sin embargo, que la economía mundial tiene hoy a China e India cambiando la estructura de la demanda global, lo que hace que el impacto difiera mucho según la especialización de exportaciones por país.
Está claro que la mayor deuda de las élites políticas con los pueblos de cada país corresponde al ámbito de lo social, lo que se expresa en la rigidez mostrada por la distribución del ingreso para evolucionar hacia niveles de mayor equidad y justicia distributiva, siendo la peor entre todas las regiones.
Se manifiesta también en la dificultad para reducir la pobreza y las desigualdades que emanan de la falta de acceso a las redes de protección social, las brechas étnicas y de género, y la mala calidad del empleo y su insuficiente expansión, entre otros.
Si bien América Latina se ve favorecida por esta coyuntura global, su ritmo de crecimiento en los últimos años es inferior al promedio del mundo en desarrollo, por lo que resulta recomendable evitar la autocomplacencia. América Latina debe discutir “que hacer para que el crecimiento tenga mayores círculos virtuosos y sea más sostenible”. Por cierto las exportaciones son un componente cada vez más importante en el crecimiento, si bien no son una condición suficiente.
Esto abre toda la discusión sobre cómo insertarse.
Si bien hay que propiciar mayor desarrollo de iniciativas multilaterales, y al mismo tiempo abogar por mayor y mejor integración regional y subregional, debe también apoyarse los esfuerzos que hacen  los países en negociaciones bilaterales. Lo bilateral no es lo ideal, pero soslayarlo o condenarlo sería desconocer la dinámica vigente y caer en ideologismos. En el marco, los acuerdos bilaterales que se suscriban deben conciliarse con los avances en la dimensión de la integración regional, especialmente en los ámbitos de los sectores de energía, infraestructura y comercio.
ENTRE EL CAMINO PROPIO Y LA COMUNIDAD SUDAMERICANA DE NACIONES
El camino emprendido por Chile no fue el camino de la fraternidad ni el de la solidaridad. El camino emprendido por Chile significó, por décadas, que nuestro país renunciaba a las políticas de integración con otros países latinoamericanos.
El camino emprendido por Chile significó apostar por una estrategia basada en el camino propio y en la diferenciación creciente a las fallidas experiencias de desarrollo que han experimentado los países vecinos en las últimas décadas, exacerbadas por prácticas populistas, corrupción y despojo de las arcas fiscales, y las insanas recomendaciones del Banco Mundial  y el Fondo Monetario Internacional emanadas del auto-denominado “Consenso de Washington”, cuyos efectos sobre las economías latinoamericanas todavía no son del todo neutralizados. Ello, a pesar que muchas de estas recomendaciones habían sido acogidas por Chile antes que ningún otro país de la región.
Chile asumió que en la economía mundial no existen buenos y malos, sino sólo intereses, que se relacionan con posiciones de mercado y que son ajenos a la fraternidad y a la solidaridad de los pueblos, a la justicia distributiva, a la igualdad de oportunidades, al ejercicio de las libertades. Chile asumió en consecuencia, que los objetivos de largo plazo de nuestra política económica exterior debía insertarse competitivamente en la economía mundial, aprovechando las escasas ventajas comparativas que podía potenciar en la explotación de recursos naturales.
La estrategia del camino propio fue adoptada por Chile a mediados de los años setenta cuando la dictadura militar decidió retirar a nuestro país del Pacto Andino, la iniciativa de integración comercial que precedió a la Comunidad Andina de Naciones. Ésta se constituyó, justamente, como mecanismo de superación de la crisis que había detonado el retiro de Chile.
El camino que Chile emprendió para insertarse en los mercados internacionales fue estructurado al margen de las iniciativas de integración parcial que se desarrollaron en la región.
Para ello, Chile privilegió negociar bilateralmente sus Tratados de Libre Comercio, primero con los países miembros del NAFTA (Canadá y México), luego con la Unión Europea, EE.UU. Corea, y China, principalmente, lo que le permitió desarrollar sus relaciones de comercio con los principales centros de demanda de la  economía mundial.
La diversificación del comercio exterior de Chile, específicamente de sus exportaciones, y la creciente importancia de los países europeos y asiáticos como lugares de destino de nuestra producción no significan, sin embargo, que los mercados latinoamericanos hayan dejado de ser relevantes para nuestra economía. De hecho, las corrientes de comercio hacia los demás países latinoamericanos han crecido más del doble en los últimos quince años.
Debe tenerse presente que la composición del comercio que se dirige hacia Europa o hacia EE.UU. es distinta a la que se dirige hacia los países de América Latina, y ésta también es distinta de la que se dirige a los países asiáticos. Al resto de América Latina nuestras empresas exportadoras le venden productos de naturaleza distinta que a los países europeos. En este sentido, no se puede desconocer que hay productos que se exportan a México, Brasil, Venezuela o Argentina, pero que no son suficientemente competitivos en Japón o Alemania.
Este abre atractivas vías de expansión para pequeñas y medianas empresas industriales y agroindustriales de nuestro país, más intensivas en trabajo, que ven en los mercados de  América Latina sus espacios naturales en crecimientos. Esto es de gran importancia para el crecimiento del empleo y de las remuneraciones, así como para la distribución del ingreso.
En consecuencia, aun resolviendo el problema asociado a la escasez de insumos energéticos, Chile requiere mirar hacia América Latina si acaso no desea continuar desarrollando una política comercial que ha servido principalmente a las grandes empresas mineras, forestales, pesqueras, frutícolas y salmoneras que se han insertado competitivamente en la economía internacional.
El proyecto de integración sudamericana está en marcha, no es una cosa por hacer. Hoy día tiene la expresión de muchos acuerdos bilaterales o de tres países. La integración argentino-chilena en proyectos reales, pasos fronterizos, mejoramiento de caminos y carreteras, no tienen que ver sólo con ambos países, sino con la vinculación entre el Pacífico y el Atlántico de todas los países y con la integración. Lo mismo ocurre entre Perú y Ecuador, entre Colombia y Ecuador, entre Ecuador y Venezuela. Hay muchos proyectos parciales que son ejes o componentes de esta integración sudamericana, a los que les falta diseño global para ser más eficaces, pero ya están andando y esos son ventajas que no se van a modificar.
La integración de los países de la región es una necesidad urgente. Necesidad actual y necesidad futura.
Digámoslo con toda claridad: América del Sur no tiene posibilidades de integrar la actual economía mundial, si todos los países que la constituyen no tienen acceso apropiado a las dos cuencas económicas, las del Océano Atlántico y la del Océano Pacífico.
Sólo en procesos de integración productiva los países sudamericanos encontrarán solución a los problemas energéticos, de infraestructura, de exclusión social y de la lucha contra la pobreza y la desigualdad. Tengo la plena convicción de que sí se logra lo que algunos llaman integración del segmento central de América del Sur, nuestro país, a través de la I y II regiones, tendría muchas posibilidades de desarrollo, crecimiento y progreso a nivel productivo, vinculándose con la economía del sur peruano, de Bolivia, de Paraguay, del noroeste argentino y el suroeste brasileño, incluso con el espacio que representa Uruguay.
El mundo del siglo XXI marcha en una dirección donde en lo económico han surgido tres grandes actores internacionales: América del Norte, la Unión Europea y el bloque del Asia Pacífico. En este mundo de tres grandes regiones, América Latina debe ser la cuarta región y Chile debe ser parte de ella.

¿ES POSIBLE LA INTEGRACIÓN?
Las características de América Latina contribuyen a que nuestra región tenga sólidas bases para emprender su integración, incluso más que otras regiones, como Europa, que han sabido sortear mayores dificultades. En América Latina se hablan solamente dos idiomas portugués y castellano y muy cercanos, una misma historia, una emergencia a los Estados nacionales en un mismo periodo, tiene además un patrimonio cultural y espiritual común, del cual nos beneficiamos todos. América Latina es una región que, con todos los conflictos y tensiones diplomáticas, ha tenido mucha más paz  que otras partes del mundo. América del Sur está fuera de los circuitos del terrorismo, la gran complicación de la política mundial. Es una zona que además tiene suficientes acuerdos y entendimientos que han ido superando los diferendos fronterizos. Todo eso facilita la integración.
Vivimos, sin embargo, un momento de inflexión en la relación de fuerzas continental, que hacen que no resulten claras las fuerzas motrices de un modelo alternativo de integración.
No  es lo mismo oponerse al ALCA o a los TLC que establecer bases duraderas para una integración regional diferente a la que propugnan los mercados mundiales o las élites de la región.
Más allá de las declaraciones y los discursos, no está claro aún de qué tipo de integración hablamos.
Una buena forma de avanzar sería poner sobre la mesa las asimetrías y los problemas que enfrenta cada país, para buscar a partir de ellos formas de compatibilizar realidades que el dominio imperial ha tornado incompatibles y hasta antagónicas.
La descolonización, qué duda cabe, es más un largo camino plagado de conflictos que un recorrido triunfal con banderas desplegadas al viento.
Cuando se analiza comparativamente los procesos de integración de Europa y América Latina se constata una diferencia principal: En Europa la integración comenzó por la infraestructura y la gestión común de los recursos del carbón y del acero, seguida más tarde por desgravación arancelaria y la moneda única, entre otros aspectos. Es cierto que en Europa se trataba de iniciar la reconstrucción de lo que la guerra había destruido, que el Plan Marshall también jugó un rol decisivo y que los países que se integraban estaban ya en etapas avanzadas del desarrollo capitalista.
En América Latina, sin embargo, la integración comenzó por la desgravación arancelaria. Desde los años 60 del siglo recién pasado se viene dando un camino tortuoso de discusión de listas de desgravación (con muchos productos excluidos al inicio) y enconados intentos de homogenizar las medidas no arancelarias que limitaban el comercio.
No es nuestra opinión que lo que se ha hecho en integración en la región ha sido “arar en el mar”. Se han logrado avances importantes en MERCOSUR y en la región Andina, también en Centro América y el Caribe, no obstante los errores cometidos. Pero, digámoslo claramente, en nuestra región sigue pendiente la integración física y energética mediante las cuales se hacen las redes básicas del comercio y la inversión.
El objetivo de desarrollo sostenido para Sudamérica sólo puede ser impulsado a través de una estrategia regional compartida por todos los países de la región. Esto requiere un importante cambio de enfoque en la planificación de nuestras acciones, para complementar la óptica del desarrollo en función de objetivos nacionales con el análisis de las dinámicas regionales y el diseño de iniciativas de alcance multinacional.
En este sentido, la integración física del espacio sudamericano se encuadra en el contexto más amplio de  la integración y el desarrollo sostenible de la sociedad sudamericana. Además del desarrollo de redes de infraestructuras y logística en América del Sur, la integración regional requiere de transformaciones significativas en la calidad de las instituciones rectoras del desarrollo, el capital social y humano de las sociedades mismas, y la competitividad de las empresas y sectores productivos regionales.
América del Sur necesita actuar integradamente como región.
La experiencia de las últimas décadas nos muestra que nuestras economías  enfrentan obstáculos de la complejidad, diversidad y proporción que incluso los países más exitosos de la región se han visto limitados en su capacidad de dar respuesta a los desafíos planteados. Debido a las limitaciones de escala que presentan las economías nacionales, no es suficiente plantear el desafío en términos de una nueva estrategia nacional para el desarrollo.
Para dar el salto necesario en la tasa de crecimiento se requiere transformar radicalmente los esquemas de organización empresarial para aumentar la escala de producción y mejorar la competitividad de la región en su conjunto. Para poder actuar integradamente como región, Suramérica se enfrenta con un territorio altamente fragmentado por diversas barreras naturales. La articulación racional de este territorio requiere un plan estratégico global que se apoye en las especificidades y potenciales concretos de los diversos espacios sudamericanos y oriente el desarrollo de infraestructura de energía, telecomunicaciones y transporte especializada para la integración.
América del Sur debe ser concebida como un espacio geo-económico plenamente integrado, para lo cual es preciso reducir al mínimo las barreras internas al comercio y los cuellos de botella en la infraestructura y en los sistemas de regulación y operación que sustentan las actividades productivas de escala regional. Al mismo tiempo que la apertura comercial facilita la identificación de sectores productivos de alta competitividad global, la visión de América del Sur como una sola economía permite retener y distribuir una mayor parte de los beneficios del comercio en la región y proteger a la economía regional de las fluctuaciones en los mercados globales.
En concordancia con esta visión geo-económica de la región, el espacio sudamericano puede ser organizado en torno a franjas multinacionales que concentren flujos de comercio, actuales y potenciales, en las cuales se busque establecer un estándar mínimo común de calidad de servicios de infraestructuras de transportes, energía y telecomunicaciones a fin de apoyar las actividades productivas específicas de cada franja o Eje de Integración y Desarrollo.
La provisión de estos servicios de infraestructura debe promover el desarrollo de negocios y cadenas productivas con grandes economías de escala a lo largo de estos ejes, bien sea para el consumo interno de la región o para la exportación a los mercados globales. Los Ejes de Integración y Desarrollo representan una referencia territorial para el desarrollo sostenible amplio de la región. Este ordenamiento y desarrollo armónico del espacio sudamericano debiera facilitar al acceso a zonas de alto potencial productivo que se encuentran actualmente aisladas o subutilizadas, debido a la deficiente provisión de servicios básicos de transporte, energía o telecomunicaciones.
El proceso de integración debe tener por objetivo un desarrollo de calidad superior que sólo podrá ser alcanzado mediante el respeto a los cuatro elementos de la sostenibilidad:
(i) Sostenibilidad económica, proporcionada por la eficiencia y la competitividad en los procesos productivos.
(ii) Sostenibilidad social, proporcionada por el impacto visible del crecimiento económico sobre la calidad de vida de la población en general.
(iii) Sostenibilidad ambiental, que implica el uso racional de los recursos naturales y la conservación del patrimonio ecológico para generaciones futuras.
(iv) Sostenibilidad político-institucional, que consiste en la creación de condiciones para que los diversos agentes públicos y privados de la sociedad puedan y quieran contribuir al proceso de desarrollo e integración.

INTEGRACIÓN Y ENERGÍA
La economía mundial vive actualmente una permanente zozobra respecto a la energía particularmente en lo que se refiere al petróleo y el gas. Más que una ruptura del abastecimiento el temor gira más bien en torno a la fuerte volatilidad de sus precios vinculada a su vez a las incertidumbres geopolíticas que rodean su explotación. Vivimos hoy una situación en que se está muy cerca de saturar la capacidad de refinamiento del petróleo y en que China es una economía altamente intensiva en el consumo de petróleo, dos veces más elevado que EE.UU. y tres veces más elevado que Europa. Se estima que China explica hasta un tercio del aumento en la demanda de petróleo en el transcurso de los últimos diez años, lo que ha contribuido a empujar sostenidamente al alza del os precios del crudo en los mercados internacionales.
La participación de América latina en el mercado mundial del petróleo y el gas es relativamente importante, pero con lo que tiene y dentro de un cuadro de integración puede aspirar a una mayor independencia energética. En efecto la región registra más del 10% de las reservas de petróleo y alrededor del 14% de la producción mundial, siendo México y Venezuela los principales exportadores.
América Latina cuenta además del 4% de las reservas de gas natural y cerca del 6% de la producción total. Con el descubrimiento de nuevos yacimientos, Venezuela ha pasado a tener la mayor reserva de gas natural de Sudamérica y la octava del mundo, seguida por Bolivia y Argentina, que poseen la segunda y tercera reservas de gas más importantes de la región.
Mirar la integración a partir de los problemas energéticos puede representar un giro coperniquiano en un proceso de integración a mal traer.
En este contexto la iniciativa de la construcción del Gran Gaseoducto del Sur, que está siendo evaluado por los gobiernos de Venezuela Brasil y Argentina, marcaría un hito en el proceso integrador, si ello se concretara. Este gaseoducto que tendría poco más de 9.000 kilómetros con un costo aproximado a los 25.000 millones de dólares y cuya ejecución tomaría al menos 6 años, correría desde Puerto Ordaz en Venezuela, hasta Bs. Aires Argentina. Por cierto el proyecto no deja de tener complejidades, pues siendo Bolivia el proveedor natural de gas para Brasil y Argentina, el gaseoducto obligaría a este país a replantearse el mecanismo para exportar gas a México y EE.UU. o bien a competir en precios relativos con el gas venezolano obligando a éste a un subsidio que haría menos rentable el proyecto.
En este proceso de redefinición de los modelos de integración, las tareas relacionadas con la integración energética y de los servicios de infraestructura deben ocupar el primer orden de las prioridades. Ello porque el empleo integral de los recursos energéticos de América del Sur tiene innumerables ventajas: Aprovechamiento de economías de escala; mejoramiento de la confiabilidad de los sistemas; empleo integral de sus abundantes recursos renovables; disminución de los costos y precios de la energía, etc.
Diferentes proyectos binacionales han permitido demostrar los significativos beneficios de aprovechar en forma conjunta los recursos energéticos. Para garantizar las inversiones de esos proyectos se han refrendado acuerdos entre países, lo cual constituye un avance hacia la construcción de un mercado común.
Sin embargo, se puede afirmar que si bien los beneficios de un mercado común de energía son muy relevantes, los avances logrados en la subregión han sido lentos y quizás insuficientes.
Chile no tiene ni petróleo ni gas natural propio como para sustentar un crecimiento de largo plazo. El riesgo de escasez potencial de energía se ha convertido en un tema recurrente. La solución más inmediata del problema energético está en la región, específicamente en el entorno vecinal. La segunda solución es importar gas licuado y gasificarlo en Chile. Una tercera solución, pero que toma plazos mas largos, es una diversificación de la matriz energética del país.
El problema enfrentado por Chile coincide con una necesidad compartida con otros países de la región, lo que debiera reforzar la posibilidad de dinamizar el proceso de integración a través de una estrategia energética común. Por cierto, el proceso integrador cubre muchas otras áreas, pero el “eslabón decisivo” se juega hoy en la integración física y energética.

COMCLUSIONES
El análisis de los conocimientos más recientes en la región latinoamericana advierte la configuración de un escenario de extraordinaria complejidad que dificulta acentuar el desarrollo de los esquemas de integración política y económica de nuestros países; no obstante, el resquebrajamiento que se registra en MERCOSUR y la Comunidad Andina de Naciones propicia la posibilidad de repensar los modelos de integración hasta ahora aplicados en la región, abriendo la oportunidad de empezar a transitar por un camino que contribuya de manera determinante al desarrollo sustentable de nuestros países y de nuestros pueblos y poder, por esta vía, enfrentar eficientemente los escenarios marcados por profundos niveles de desigualdad e injusticia social, pobreza y marginalidad.
La salida de Venezuela no permitirá una confluencia bloque a bloque con el MERCOSUR, para la formación de la Comunidad Sudamericana de Naciones. En el mejor de los casos, sería una integración subordinada de los países andinos. El peor escenario es que ésta no se concrete y que Colombia, Ecuador y Perú se alineen con EE.UU., rompiendo la unidad sudamericana, cumpliéndose los pronósticos de algunos think tanks académicos y de seguridad de EE.UU.
Además, se introducirán factores que propicien grietas profundas en la construcción de MERCOSUR.
En buena medida, el desenlace dependerá de los temas no comerciales y los elementos estratégicos. En  efecto, si bien hay un comercio intra-regional creciente en la CAN, principalmente de comercio intra-industrial, el efecto plataforma para exportación a otros socios extra-regionales no se produce en la relación con el MERCOSUR. El comercio y la inversión son marginales entre ambos bloques (excepto Bolivia) y el patrón de comercio es básicamente norte-sur (productos industriales versus productos primarios). En cambio todavía podemos impulsar comercio de servicios y la profundización de movimiento de factores. Pero, lo más importante son los elementos estratégicos: energía infraestructura, biodiversidad y medio ambiente. En estos temas hay intereses compartidos en la región y hay conflicto con EE.UU. (más que con Europa), por su manejo, explotación y distribución de beneficios.
El proyecto de integración sudamericana es el mejor escenario para enfrentar la globalización. Debemos respetar las opciones bilaterales que pudieran darse y atenuar las contracciones existentes en ese proceso. Las tenciones y contradicciones generadas por la suscripción de un TLC con EE.UU. por parte de algunos países andinos son objetivas. Pero, el camino no es polarizar y patear el tablero, mucho menos que lo haga un mandatario de la tierra de Bolívar, a quien dice reivindicar.
El camino es persistir en la construcción de la integración regional y sudamericana desde una perspectiva multidimencional, superando las crisis que se presenten, como la actual. (dicho en 2006)

PATRICIO ROZAS BALBONTÍN, Economista y sociólogo

El Fortín del Estrecho