Cuántas veces en el diario transitar escuchamos, o expresamos al saborear el cafecito del día, “estoy arto de”. Que es más menos lo mismo que decir “estoy asta la tusa”. Al meditar estas expresiones según el aspecto que irradian esas fuentes en ese inevitable mensaje corporal, dejan ver a tajo abierto las heridas de las frustraciones que diariamente tallan en el alma humana esas desilusiones que nos obligan a sentir de la vida diaria.
“Estoy harto de pagar multas de tránsito, de no poder estacionar el tarro, de hacer esa larga fila en el banco, de la tonadita insulsa que me obligan escuchar a la espera de la respuesta en el teléfono, de que las líneas aéreas me esquilen, que a cada paso esos pendejos me pidan cien pesos, que en el supermercado me sugieran donar esas monedas huachas, que me engañen en el precio y la calidad, de no tener más posibilidad que comer fruta chanchera. Estoy harto del viento, de la lluvia, del frío, de no hacer nada, de soñar por las puras…
Estoy harto de este clima, de la gente fome, de las repetidas películas del cable y que pa’remate las cortan pa’pasar avisos de basuras que venden en otras partes, y de esa mierda de programas faranduleros que con tanto poto uno queda pasado a caca, con ese periodismo cada vez más circense, (para entretener dicen, por no decir embrutecer) y al mal uso y abuso en la difusión de las tragedias ajenas, del egoísmo, de la envidia, de que nadie cuando llueve lleve a nadie, de que en la lucha diaria tenga que soportar ese despiadado fuego amigo, que siempre me hiere.
Estoy harto de la usura en el cobro del agua, del gas, de la luz, del teléfono y de sus miles de ofertas sin dar la cara: (si sabe el anexo márquelo si no marque 1-el 2, o el que sé yo y nadie te da una respuesta). Del precio del petróleo, del dólar, de la globalización y de tanta guerra, estoy harto de la mala educación de los peatones, de la ordinariez de los conductores que se arrancan de los tarjeteros, el desaseo de los colectivos, de los ruidosos escapes libres, de las mentiras, de las promesas de los apitutados, de los mendrugueros políticos, de los impuestos, de ver esas banderas chilenas sucias y abandonadas después de las fiestas y de las banderas chilenas hilachentas que en los cuarteles son izadas y arriadas diariamente, casi, sin respeto. Del uso mercantilista que hacen de nuestra bandera regional, de que el folclor sea sólo en septiembre y nada más que un mediático compromiso hipócrita.
Estoy harto de ver a los conscriptos vagando tristes y desaseados, de esa nube de muchachos escupiendo las veredas, de los ciclistas contra el tránsito. Estoy harto de saber que los vehículos policiales y las ambulancias no tienen bencina, ni repuestos, sin embargo otros fiscales pasean los domingos.
Estoy harto de las veredas sucias, de los sagrados peros vagos y de los gringos muertos de la risa haciendo safaris fotográficos de nuestras miserias.
Estoy harto, de ver a los bomberos pidiendo limosna para ayudar a los indiferentes ciudadanos.
Estoy harto de la delincuencia juvenil sin rumbo, de que los niños del pueblo se mojen como diucas para llegar ala escuela.
Estoy arto de trabajar sólo para comer arroz con huevos, y de satisfacer la ansiedad de mis hijos con comida chatarra.
Estoy harto de ver los muros rayados, de los falsos sí y los cobardes no, de los platillos voladores y los platos vacíos.
Estoy harto de la grave falta de unidad regional, de que Magallanes no logre forjar líderes de verdad.
Estoy harto de Financieras, Isapres y AFP, de intereses, impuestos, comisiones sobre comisiones, de la subida y bajada de las tasas.
Estoy arto de pingüinos chinos.
Estoy harto de tanta pedofilia con sotana, y con y sin corbata.
Estoy harto de esos, los que se dicen derechos y tienen chueco hasta el recto, y de los zurdos que se amarran la izquierda y cierran los ojos para usar libremente la diestra.
Estoy harto de las vedas, de las campañas del condón, del alcoholismo, de la marea roja; contra la droga.
Estoy harto de traficantes que siempre resultan ser las gordas de la población, los cesantes o los policías… ¡Ojo! Jamás las autoridades ni los pudientes.
Estoy harto del incansable costo de la educación y que además es mala.
Estoy harto de los precios de los remedios y de tener que enfermarme los lunes y los jueves, pa’que decir cuánto ha subido el Viagra.
Estoy harto de que los adinerados nobles sean tan pocos.
Estoy harto de ver y sentir cada vez más que «la fe no es lo último que se pierde sino, lo primero que se abandona».
La lista es interminable y de hechos inenarrables, “pero”, a pesar de todo hay que mirar lo bueno, lo positivo. Ya son menos los que caminan por el barro, casi todos tenemos una casita, los hospitales tienen sábanas, la jornada escolar completa avanza, el Plan Auge no era tan malo, la democracia con todos sus defectos nos ha traído la paz, además de otros modestos engaños nos ha traído una porción del progreso. Estamos reforzando nuestra cultura cívica. Es verdad, nos falta mucho. También es verdad que nos falta menos que antes. Eso sí, nos falta conciencia y valor para denunciar. Nos falta valentía para enfrentar nuestra realidad…
En cada atardecer cuando contemplo a lo alto de esta bella ciudad nuestra, se fija mi vista en el titilar de esas lucecillas brillando en las ventanas humildes de mis barrios, y veo ahí la esperanza de esas madres, de esas esposas, de esos hijos que esperan el retorno del que ha diario suda en silencio por el pan y que va día a día cerro arriba con la esperanza de encontrar una caricia, un beso, y esas sonrisas florecidas al calor de esa hoguera del alma familiar.
No vale la pena estar harto por todo. Jamás lograremos erradicar tantos problemas humanos creados por nosotros los humanos. Que por la soberbia hemos olvidado que pertenecemos al reino animal.
Una buena forma de des-hartarse es caminar diariamente por esos angostos (o anchos) senderos del espíritu que nos llevan a enfrentar ese nuestro espejo propio, para mirarnos cara acara con el alma y; ahí hacer el intento de comprender que la vida es…, ni siquiera un segundo en el espacio; que una pequeña semilla de calafate es un universo frente a nuestra pequeñez.
Cara a cara frente a nuestra alma, para intentar comprender rostro al viento, que la tierra magallánica es bella, que nos da más de lo que muchos merecemos, que más de la mayoría de sus habitantes son buena gente, que los malos tienen derecho a existir y no siempre toda la culpa es de ellos… que nuestros males son la fotocopia de la conducta humana universal. Y comprender frente a ese espejo, que a la solución de los problemas humanos se llega cuando se logra transitar libre y sinceramente por el sendero de la unidad.
Y si ese caminar por tu conciencia es valiente y sincero, sentirás el latir de tu tierra, no morirás, y llegado el momento podrás latir en ella, y con seguridad tendrás la oportunidad de tener el merecido descanso en los jardines de Dios.
A fin de cuentas, es la única verdad.
(No se preocupe amigo, hoy, yo pago el café).

Antonio S. Deza González, Director

El Fortín del Estrecho