Para sostener su consistencia indeformable, un grupo social debe contener los aglutinantes espirituales y resistencias reales cimentados en las bases de una unidad sincera, valiente, honrada. Aglutinantes necesarios capaces de valorar a tiempo y con determinación esa exacta composición que le permitan razonar en bloque, para defenderse de esos corrosivos agentes que por natura le corresponde soportar a toda sociedad humana.
Cuando esos agentes negativos aumentan sin control, esa mezcla debilita al grupo social, hasta caer en peligrosos estados de apatías, desconfianzas, temores inseguridades, y todo tipo de egoísmos y cobardías.
En ese estado, el grupo social, se vuelve vulnerable a todo tipo de invasiones: internas y externas, que arremeten sin piedad adueñándose de todo bien, hasta eliminar las defensas que puedan abonar actos que permitan el florecimiento de algunos restos de raíces de nobleza que pudiesen quedar en algunas almas. (Contra viento y marea venderán la empresa de agua potable, subirá la cuenta y las utilidades se irán por Internet: ¿Quién sabe a dónde? Entonces, ese grupo social, llorará sobre la leche derramada. Y a la distancia sentirán… Olé, Olé y Olé… y entre otras melodías, el chillido de las quenas y el compás del tango del farsante, que a tantos agentes corrosivos enternece… Okey.)
En ese estado, las vacunas discursivas, las algarabías multicolores, las limosnas dosificadas, las promesas de los saltimbanquis derrochando buenos deseos sorteando instantes y los propósitos inmediatistas. Y la triptiquería en vistosos colores desbordantes de falsas ilusiones, y las corbatas de ceda, y las flamantes e hipócritas sonrisas, sin una carie de vergüenza, cumpliendo el asqueroso rito de los cuatro años: el llamado a esas escogidas puertas pobres repartiendo confites y “canabachas” chinas, al son de ensordecedoras bazucadas, pitos de caña y flautas de lata; no resultan ser más que crueles y absurdos placebos que acaban asfixiando a ese grupo social que solamente intenta vencer, la desesperanza diaria.
Ante la presión inconciente e irresponsable de esos agentes corrosivos, sucumben los más débiles, y entregan su alma.
(Y la historia se repite: Las pieles de oveja se agotan, y sus portadores reparten el mismo calmante repugnante, para que ese humilde grupo social agonice ciego, a vista y paciencia de la indiferente soberbia de esa poderosa avaricia que no trepida subastar la dignidad de ese grupo social. ¡Basta mierda! Perdón: Basta por favor.)
Una reflexión: La Opresión y la tortura psicológica, también promueven a la rebelión.
Cualquier interpretación alusiva a nuestra realidad: es sólo coincidencia.
TODO POR LA AUTONOMÍA POLÍTICA Y ECONÓMICA DE MAGALLANES
Antonio S. Deza González, Director