Impactantes revelaciones
De El Mercurio
Por Alejandro San Francisco
Adegón
Comentarios entre líneas
La caída del Muro de Berlín y la Unión Soviética tuvo indudables repercusiones internacionales, sociales, económicas y políticas. Los hechos también tuvieron valiosas consecuencias por su aporte informativo para la historiografía. Se produjo entonces la “Revolución de los Archivos”, que recuerda Karl Schögel (1948) en la introducción a su obra: “Terror y utopía”, con que quiere ilustrar sobre la disponibilidad de archivos, como es el caso de los soviéticos, que le han servido a él para adentrarse en uno de los momentos más sobrecogedores del siglo XX, una época que de por sí tiene muchos episodios espeluznantes.
El libro se refiere a un momento culminante, como fue 1937 en la Unión Soviética. Ese mismo año se conmemoraban 20 años de la Revolución Bolchevique, que había emergido triunfante bajo el liderazgo de Lenin en 1917, anunciando una nueva era en la historia de la humanidad. Hacia el preludio de la Segunda Guerra Mundial ya habían pasado muchas cosas en la URSS. Desde 1924 gobernaba Stalin, que en general había dado continuidad al proceso iniciado por Lenin, con el gobierno de partido único, la omnipresencia del Gulag (campo de prisioneros políticos) y el Estado policial (similar al CNI chileno); además de una nueva economía. Pero también tenía sus elementos originales, como la colectivización del campo y la persecución al interior del núcleo gobernante, procesos que encabezó Stalin, con mano de hierro y que causaron millones de víctimas.
Este último tema es el que trata “Terror y utopía”, una gran investigación basada en los archivos que se abrieron en las últimas décadas y en una amplia biografía, que además cuenta con una forma muy original de tratar el tema. Moscú, la capital de la URSS, es el lugar escogido como punto de referencia, donde se desarrollan importantes cambios geográficos y arquitectónicos que procuraron mostrar la grandeza de la era estaliniana. Los temas desarrollados son abundantes: el directorio telefónico de 1936, el censo del año siguiente ( que tuvo menos gente que la prevista por las autoridades) (tenemos también la experiencia del “mejor censo “desastre” de la historia, pero el resultado del censo de Stalin fue desaparecido), las celebraciones del aniversario de Pushkin, el momento artístico, los desfiles de deportistas y militares, los mundos infantiles y las fábricas de automóviles, entre otros. A ello se suman algunos aspectos de carácter internacional: Las visitas a Moscú de figuras como el novelista alemán de origen judío Lion Feuchtwanger, una interesante referencia a EE.UU., la participación soviética en la Exposición Universal de París, donde buscaba mostrar el progreso alcanzado años; así como la presencia en la Guerra Civil Española que por entonces todavía resultado abierto.
Sin embargo como indica el nombre de la obra, el tema central es otro. El año del vigésimo aniversario se convirtió en la expresión más sangrienta y brutal del poder del régimen comunista, cuando se llevó a cabo el “Gran Terror”. Aquí se combinaban las persecuciones amplias contra los más diversos grupos sociales y culturales (también lo vivimos), con una represión dirigida específicamente contra miembros prominentes del Partido Bolchevique, muchos de los cuales habían servido lealmente desde los días previos a la Revolución Bolchevique de Octubre, sufriendo persecuciones, y que habían contribuido a edificar el socialismo en la Unión Soviética. Las purgas marcarían el fin de toda una generación.
Una de las manifestaciones más elocuentes de la construcción del nuevo régimen, con sus planes quinquenales y reformas en el campo, se expresaba en la situación de sometimiento que vivían los ciudadanos soviéticos. Esto queda plasmado especialmente en el capítulo sobre la inauguración del canal del Volga y el Moscova, una tremenda empresa de ingeniería que fue posible gracias al trabajo esclavo, repitiendo la formula que habían denunciado algunos con ocasión de la colectivización, cuando se decía que “la esclavitud es total”. El resultado además de los cambios socioeconómicos, fueron los miles de muertos en el proceso.
Sin duda el tema dominante de este libro –que recrea muy bien el ambiente de la época- son los procesos seguidos contra los bolcheviques y todos aquellos que eran acusados de TROTSKISTAS (término que se empleó generalmente y siempre rindió buenos frutos para aplastar al adversario: como se vivió en Chile … “terroristas”, ”comunista bueno es el comunista muerto”), a los que se sumó después “zinovievista”, saboteadores, contrarevolucionarios, terroristas, planificadores de golpes de estado e incluso instigadores de un asesinato del mismísimo Stalin. Todos estos delitos, fruto de la invención del poder y del deseo de exterminar enemigos políticos, afectaron a los más variados personajes y contaron con la solicita complicidad de jueces y e figuras como Yagoda y Zezhov; ambos cayeron después en desgracia y posteriormente fueron fusilados. En este ejercicio de poder y represión tuvieron especial importancia los famosos juicios públicos, verdaderos espectáculos que combinaban denuncias inverosímiles con confesiones arracadas (torturas) en medio de la desesperación, siempre sin pruebas. Esos procesos eran “acontecimientos mediáticos con amplia difusión”, que lograban impresionar a los testigos y el aniquilamiento de los acusados.
Resulta especialmente expresiva de la sinrazón que se apoderó del proceso la famosa Orden 00447, que no solo buscaba reprimir contingentes que se estimaban peligrosos, como eran los “antiguos kulaks, activos elementos antisoviéticos y criminales”. Para ello se fijaban “cuotas” de personas y sus respectivos castigos: algunos irían al paredón, otros serían internados en los campos o prisiones por ocho a diez años. La orden “preveía el arresto de un total de 268.950 personas, de las cuales debían ser fusiladas 75.950”. Los afectados estaban distribuidos en las diferentes repúblicas soviéticas, así como sufrirían con especial fuerza algunas nacionalidades: la “Operación alemana” llevó a la muerte a un 76% de los condenados, mientras la “Operación Polaca” llegó a un 79%, es decir 111.091condenas a muerte.
Como resume Shlögel, fue una “guerra librada contra el propio pueblo” (ésta es una guerra señores” ¿cómo olvidarlo?). Según detalla Shlögel, en el exterminio resultaron asesinados numerosos campesinos analfabetos, acusados de “trotskismo” y actividad terrorista, palabra que con seguridad escucharon por primera vez en esos juicios.
El tema resulta tan dolorosamente apasionante. En las páginas abunda la grandeza de los proyectos políticos y los planes económicos, combinados con la miseria moral de una época en que se desató una verdadera “locura” individual y colectiva, reflejada en “el agotamiento total de la población, que gastaba todas sus energías haciendo frente a la vida cotidiana” sin mirar a ningún lado casi sin importarles nada más que la supervivencia”. (¿Estas historias siempre se repiten muy cerca? desde la otra vereda, retumba en el pavimento).
Así mismo esa población vivía un frenesí y una desconfianza radical. Los poderosos extremaban su servicia, abundaban los delatores calumniando para conseguir favores, todos parecía ser sospechosos de algo, eran potenciales trotskistas (por estos lados todos eran potenciales comunistas), que podían sin saberlo haber colaborado con el enemigo ya sea local o internacional, bastaba ser víctima de una venganza personal o simplemente caer en desgracia ante un jefe, o este ante un subordinado que hacía una la denuncia.
Un gran logro de la obra es que permite ver rostros de hombres y mujeres detrás de las masas, personas concretas en medio de cifras extraordinarias que tienden al anonadamiento humano. Cuando aparecen millones de sojuzgados, cientos de miles encarcelados y asesinados, siempre se corre el riesgo de preterir (postergar, desplazar, desconsiderar,) al hombre sujeto de la historia, al que Schögel, felizmente logra hacer vivir y hablar en medio del drama de una época (los hombres y mujeres del drama de nuestra historia no pueden hablar, están amordazados por “el código del silencio”). Es la historia de la celebración de los 20 años de la revolución Bolchevique, celebrados con sangre y muerte. El capítulo dedicado al juicio y condena a Bujarin, héroe de la Revolución y después caído en desgracia, es particularmente elocuente en este sentido.
Se ha escrito mucho sobre el siglo XX y sobre la Unión Soviética, así como también sobre la figura de Stalin y el comunismo. También hay algunas obras relevantes sobre 1937 y el proceso de odio que se desató en el primer régimen comunista de la historia. En la literatura, “El cero y el infinito” de Arthur Koestler, representa una exposición magistral sobre los juicios y confesiones de ese año fatídico, como también otras obras recientes han permitido estudiar y repensar la llamada “autodestrucción de los bolcheviques”. “Terror y utopía”, una obra apasionante y completa, que se lee como historia y a veces como novela, resulta un aporte fundamental para el conocimiento y la comprensión del siglo XX. (La bestia humana no aprende).
“La Gran Purga”
Dos agencias de noticias –Unites Press y Havas- eran la conexión del mundo con la Unión Soviética en la década de 1930, cuando se produce la Gran Purga llevada a cabo por Stalin, contra todos los cuadros del Partido Comunista. En diciembre de 1934 se informó el asesinato de Seregei Kirov, amigo íntimo de Stalin y uno de sus principales colaboradores. Este hecho, se consigna como el que da inicio a la Gran purga. Hay tres momentos en que se desarrollan los juicios en Moscú: el primero en agosto de 1936, el segundo en enero de 1937, y el tercero en marzo de 1938. En junio de 1937, un cable U.P. comunica la noticia sobre detenciones y ejecuciones de comunistas rusos, alemanes y húngaros, sin que sea posible confirmar fehacientemente los datos que se entregan. Se mencionan sin embargo, masivas ejecuciones de troskistas, De marzo de 1938, publicaba este diario: 600 miembros del Comisariato de Hacienda fueron arrestados o exonerados de sus funciones, y en la bajada de titular: “Hoy continuará la vista de los procesos de traición”. U.P. anuncia que “las posesiones agrícolas del Estado ya se encuentran en situación de conducir sus operaciones con más eficacia gracias a que muchos enemigos del pueblo han sido retirados”. Ese mismo día informa del proceso que se le sigue a 21 ex altos funcionarios del partido acusados de alta traición, entre ellos Nicolai Bujarin, antigua cabeza del Comintern. El 10 de marzo, se informa que “Laboristas independientes han dirigido a Stalin una enérgica protesta por el proceso de Moscú. La nota incluye declaraciones del Premier Chamberlain sobre actuaciones del servicio secreto inglés. El día 12 se informa que el fiscal del caso pide la pena de muerte para todos los acusados menos dos y se revela la clausura del consulado británico en Leningrado. Al día siguiente se titula “Se dictó sentencia de muerte contra 18 de los 21 acusados de conspiraciones trotskistas”. Y el 16 de marzo concluye la secuencia noticiosa con el anuncio de la ejecución de los condenados en la prisión de Lubianka. Entre los ajusticiados figuran: Bujarin, Rykov, Levine, Krestinski, Ivanov y Yagoda”, quiñen había estado a cargo de las detenciones de la Gran Purga. La nota concluye diciendo que hay en perspectiva tres nuevos procesos contra miembros de organizaciones trotskistas, en esas perspectivas se consideró también altos mandos de las fuerzas armadas.