Teresa Argelés
Raquel Piqué
Assumpció Vila

Gentileza de
Joaquin Bascope Julio
Antropólago

Recientemente se está notando una mayor preocupación por denunciar el sesgo sexista inherente en el lenguaje, tanto escrito como oral, con el fin de evidenciarlo e intentar evitarlo (acción que se lleva a cabo incluso desde algunas instituciones públicas como el Inst. de la Mujer). Sin embargo, basta con repasar la bibliografía actual de nuestra ciencia para damos cuenta que arqueólogas y arqueólogos todavía no han procedido a efectuar una revisión terminológica en este sentido.
No descubrimos nada nuevo diciendo que las palabras están dotadas de significado, y la elección de unas u otras no es nunca inocente ni inconsciente, sino que conlleva una carga ideológica. Un determinado uso del lenguaje colabora a perpetuar unos modelos de comportamiento y sistemas de valores, que son exponentes de una ideología concreta.
El lenguaje actual es producto de una sociedad patriarcal y, por lo tanto, refleja actitudes que denigran y /o excluyen a las mujeres. El ejemplo más claro es el uso del género masculino para definiciones generalizaciones y el genérico. Ello se justifica por la economía del lenguaje, economía que sacrifica el género femenino, en tanto que no lo incluye, sino al contrario, lo excluye y da lugar a ambigüedades.
Si es lamentable la situación en general, para nosotras en tanto que arqueólogas, es patético percatarnos de que en nuestra ciencia la rigurosidad se aplica y exige a determinados niveles, pero no a otros. Donde más se aprecia esta falta de rigor es precisamente a nivel terminológico: así, se tiende a minimizar el poder de las palabras cuando se quiere evitar una reflexión conceptual, lo que lleva a un uso indiscriminado del lenguaje, sin tener en cuenta su carga ideológica.
Ante esta actitud no es de extrañar, aunque sí de lamentar, el alto grado de sexismo que existe en la literatura arqueológica en cualquier ámbito: científico, divulgativo y escolar. Para muchas de las expresiones que implican sexismo existen en los idiomas peninsulares gran cantidad de alternativas. Sólo hace falta reflexionar de manera no sexista antes de expresarse para evitar que el subconsciente patriarcal salga a flote. Si bien el sexismo se manifiesta en todo el lenguaje arqueológico centraremos nuestra crítica en el uso del término “hombre”, ya que en Arqueología, especialmente en lo que se refiere a Prehistoria, su utilización sobrepasa el ámbito lingüístico.
Enunciados tales como: “la vida del hombre paleolítico”, “el origen del hombre”, “relación hombre-medio”, “la utilización de los recursos por el hombre” son habituales en la bibliografía y asumidas como “normales” por casi todo el mundo. Estos enunciados pretendidamente genéricos son en realidad equívocos y ocultan a la mitad de la humanidad, contribuyendo a perpetuar la idea (machista) de que el “hombre”, varón, fue el origen y motor de toda la cultura humana.
El término “hombre” se usa como genérico aunque en realidad no lo es, ya que si así fuera nunca sería necesario utilizar “mujer”, término que se emplea cuando se quiere especificar. Por el contrario, se da por supuesto que “hombre” y “varón” es lo mismo. Este genérico, que encierra dentro de su campo semántico a hombres y mujeres no funciona como tal, dado que contiene a uno de los géneros, el masculino, con el que se identifica. Así pues, la mujer es eclipsada por el varón puesto que al término hombre se le otorga la “capacidad” de incluir a la mujer pero no viceversa.
Al identificar lo general con lo particular se obliga a efectuar un “salto semántico”, es decir, adjudicar al vocablo el significado “apropiado” según el contexto. La espontaneidad con que se lleva a cabo este juego es fruto de la asimilación que nuestro subconsciente ha hecho de la cultura sexista.
Hemos centrado nuestro análisis en el marco de las publicaciones de Antropología Física y Prehistoria, así como en el tratamiento que de estos temas hacen los libros de texto y de divulgación. Tras elegir al azar una serie de artículos publicados en los últimos años en este país, veamos algunos ejemplos indicadores del sexismo que impregna el discurso.
En el caso concreto de la Antropología Física es frecuente que se emplee la palabra “hombre” en substitución de un vocabulario científico ya establecido, como es la nomenclatura latina de géneros y especies. Así, es habitual ver en los estudios comparativos entre especies fósiles y representantes del género horno actual, como se utiliza para los restos fósiles la nomenclatura latina (horno habilis, horno erectus, … y como se suple por el término “hombre” cuando hace referencia a Homo sapiens sapiens. Por ejemplo: “…la Paleoantropología, ciencia que estudia los hombres fósiles y el origen de la humanidad en la tierra, dispone hoy de muestras con centenares de fósiles de un pariente del hombre, el Paranthropus o “australopiteco robusto”, un género de homínidos …” (Aguirre, 1988:54).
Otro elemento significativo en esta disciplina es la eliminación de la terminología científica en la designación de ciertas especies fósiles a favor del “hombre”: “el hombre de Pekín” ha reemplazado horno erectus pekinensis, “el hombre de Java” a horno erectus, “el hombre de Neandertal” a horno sapiens neandertalensis, “el hombre de Cro magnon” a Homo sapiens sapiens. De todas/os es sabido que cada una de estas especies está representada por conjuntos de restos fósiles que incluyen individuos de ambos sexos: “Hasta 1966 se llevaban descubiertos restos pertenecientes a más de 40 individuos, machos y hembras, de diversas edades … La riqueza de fósiles y la meticulosidad con que se han estudiado permiten reconstruir algunos elementos de la historia del hombre de Pekín” (Rukang y Shenglong, 1988: 29).
Insistimos en que la terminología a emplear debe ser englobadora y no excluyente ni confusa. Restos fósiles, nuestra antropología, restos humanos … son algunas de las opciones a utilizar.
Y si los/las antropólogos/as tienen alternativas, más aún los/las arqueólogas/os que centran su trabajo en comunidades cazadoras-recolectoras. Grupo, gente, comunidad, habitantes, personas, conjunto, colectivo, sociedades, hombres y mujeres, ocupantes,… constituyen algunas de las posibilidades que nos ofrece el lenguaje. Por ello causa estupor ver cómo continúa utilizándose el término “hombre” sin ninguna necesidad (ya que la individualidad en el Paleolítico es algo aún inabordable).
Ejemplos los hay, y muchos. No obstante, hemos limitado la sección a los artículos publicados en las actas de los Coloquios de Arqueología Espacial, celebrados en Teruel en 1984 y 1986, en tanto que representativos de la panorámica general en el Estado Español. En las Actas de este congreso 19 de los 23 artículos dedicados a Paleolítico y a preferentemente el término “hombre” tanto para referirse a hombres y mujeres como a varón.
En el volumen I, Augusto Comamala y Antoni Arcas, escriben: “Los instrumentos Iíticos… que nos ocupan fueron producto del comportamiento de unos hombres que vivieron en el área estudiada. Aquellos hombres se comportaban según una ley…” (pág. 142). En la página 188, Francisco Burillo y otros dicen: “…del hombre que lo ha habitado y del medio ambiente físico y social en que se hallaba inmerso…”
En el volumen II, Ricardo Montes, escribe: “Posiblemente la Arqueología es la ciencia que mejor consigue situar el hombre en relación con su medioambiente (…) por cuanto intenta seriamente dilucidar (…) el marco ambiental de desenvolvimiento del hombre, tanto en relación con la flora y fauna, como con el clima o incluso la geología.” (pág. 159). Marco De la Rasilla, en la página 166 se expresa como sigue: “… la influencia del medio sobre el hombre y de qué manera se adaptó, impuso o transformó el hombre al medio.” Más adelante, en la pág. 167 continua “Esto no quiere decir que el hombre paleolítico no haya “habitado” en la zona silícea… “para continuar diciendo“… el hombre paleolítico vivía, normalmente, por debajo de los 200-250 m. de altitud sobre el nivel del mar pudiéndose aducir razones climáticas que justifiquen dicha distribución.” (pág. 168). “Porque de este modo podrá deslindarse y conocerse la respuesta del grupo humano a estos eventos y qué cuestiones de índole “cultural” introduce el hombre dentro del entorno que le rodea, (pág. 175). Siguiendo en el volumen II, podemos citar a Eudald Carbonell y Rafael Mora”… por lo que la historia real-historia observable son dos momentos de la historia del hombre…”.
Pasando al volumen VII, Eudald Carbonell et al. dicen: “El hombre transforma el espacio geofísico en función de su escala de valores y mediante el trabajo…” (pág. 36). Arturo Ruiz etal. escriben “…el papel de las relaciones sociales entre los hombres por una valoración meramente tecnológica que expresa la relación del hombre con la naturaleza… ” (pág. 66), y continúan en la página 67“…hace legible la actuación individualizada o colectiva del hombre…”.
En el volumen VIII, Pilar Utrilla et al.: “Aunque el área excavada supone sólo 1/3 de la superficie que debió ocupar el hombre paleolítico,…” “…la teórica acomodación del espacio realizada en el interior de la cueva por el hombre magdaleniense.” (pág. 44).
Esto constituye un ejemplo somero aunque muy significativo de la realidad lingüística en nuestra ciencia. Ante estas citas nos podríamos preguntar irónicamente ¿dónde habitaban las mujeres? qué hacían mientras “el hombre” se relacionaba con el medio o con sus iguales y se acomodaba en el espacio? Comentarios no tan ilógicos dado que este supuesto genérico, que encierra en su campo semántico a hombres y mujeres, no funciona como tal.
No hace falta ningún esfuerzo para observar el iterativo uso de unos términos y el significativo abandono de otros, los cuales permitirían no sólo expresar lo mismo sino también ir eliminando la tendenciosidad sexista que impregna estos artículos y que disminuye su rigor científico.
En las pocas ocasiones en que “hombre” se combina con otras expresiones que sí son genéricas: grupos humanos, comunidades, habitantes, gentes, personas…, no es producto de una reflexión terminológica, sino fruto de una preocupación estilística; sólo se pretende con ellas evitar redundancias y cacofonías en el texto. Todo lo cual no hace más que aumentar la confusión en torno a la actuación del término “hombre”, se acentúa su ambigüedad, y su referencia a genérico o varón sólo podrá ser aclarada por el contexto de la frase: “…el hombre no limitaba sus actividades al espacio habitacional y sus alrededores inmediatos, sino que bien pudiera salir de ellos en busca de materia prima para la fabricación de utillaje, caza más alejada, e incluso contactos con elementos humanos establecidos en asentamientos más o menos distantes.” (Montes, 1984: 160).
El “hombre” de Montes, ¿está usado genéricamente o es sinónimo de varón? No lo sabemos, deberíamos preguntar al autor. Pero, ¿por qué no evitar estas molestias cuando existen gran cantidad de términos que no darían lugar a duda alguna?
Y hay más, lo peor es que si como adultas/os, científicas/os, somos capaces, por “costumbre casi ancestral de dar el salto semántico (leer “entre conceptos”), no debemos pensar que todas las personas lo hacen. Es decir, cuando pasamos a la llamada literatura divulgativa o, peor, a libros de texto para EGB o BUP, ese salto no se da, y los efectos son mucho más perniciosos.
Los ejemplos existentes en libros de todos los niveles de la enseñanza son numerosísimos, y prácticamente repetitivos en relación a lo anterior ya que es del mundo pretendidamente científico de donde extraen la información que impartirán como cierta. Y con las ilustraciones que siempre “amenizan” dichos textos desenmascararán, para nosotras, el contenido no genérico deltérmino “hombre”, aunque para los destinatarios/as lo que hacen en realidad es reforzar el concepto latente del término, es decir, “varón”. Al mismo tiempo contribuyen a perpetuar la ideología patriarcal y a que situaciones como la división sexual del trabajo, para la que no tenemos ninguna evidencia arqueológica, se consideren como “normales” y avaladas por el “desde siempre”.
BIBLIOGRAFÍA
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El Fortín del Estrecho