LE MONDE DIPLOMATIQUE
Por Christelle Gérand
Traducción
Víctor Goldstein, Periodista.
“Buen día, soy propietario del subsuelo”, anuncia Richard L. Dockery al guardia, que, en su cabina de plástico, se apura a abrir el portón automático. Aparece entonces una larga ruta terrosa salpicada de pozos de petróleo que se parecen a placas de alcantarillado cuadradas, difíciles de distinguir en maleza circundante. Gracias a la revolución de la fractura hidráulica ( fracking) y el desarrollo del petróleo de esquito, Dockery se ha vuelto millonario. En Three Rivers, pequeño pueblo de dos mil habitantes en el sur de Texas, como en toda la cuenca de Eagle Ford, el oro negro corre a raudales, sobre todo bajo el terreno de este hombre de cuarenta años.
Como la extracción no produce ningún ruido, Dockery habría podido seguir viviendo en esta residencia. Prefirió mandar a construir una más grande, a algunos kilómetros de ahí, y vender su vieja parcela. Sin embargo, como la ley tejana lo autoriza, sigue poseyendo el subsuelo. A él le corresponden los beneficios del petróleo y las decisiones referente al yacimiento, incluidas las que afectan a la superficie, como la construcción de un oleoducto.
Subsuelos privados
Si en Francia los recursos mineros pertenecen al Estado, en Estado Unidos los individuos puedes ser sus propietarios. Cuando una compañía petrolífera quiere perforar el terreno de un particular, le arrienda el subsuelo. En el momento de la firma del arriendo, lo compensa con un bono a menudo exuberante, y después lo gratifica todos los meses con un porcentaje de la producción. Según la Asociación Nacional de poseedores de Derechos Mineros (NARO), doce millones de norteamericanos están involucrados. Desde la caída de la cotización del petróleo, cuyo precio pasó de 107 dólares (96 euros) e barril en junio de 2014 a menos de 58 dólares (51 euros) un año más tarde, sus compensaciones mensuales se dividieron por dos.
Prosiguiendo con su ronda de propietario, Dockery pasa delante de tres pozos que todavía no funcionan. “¿Sabe cuándo los van a fracturar?”, le pregunta al único obrero presente, que vino a verificar la presión de la bomba. “No –responde el viejo desde su pick-up- ¡pero no antes de que hayan vuelto a subir los precios!”. Otros cuatro pozos ya están en producción. Gracias a ello, Dockery embolsa todos los meses, como complemento de su salario de agente inmobiliario, un “cheque de seis cifras”. Se niega a dar su monto exacto, o incluso a especificar la parte de la producción bruta que logró negociar (los royalties).
En su auto de alquiler, el volante del cual explora el condado de Lavaca, situado e dos horas de ruta del este de Three Rivers, Frank S. Joseph se muestra más locuaz. Hizo el viaje desde Washintong para visitar el terreno de mil doscientos hectáreas cuyos derechos mineros posee desde la defunción de su madre, en 1996. En su propiedad no hay ni guardia ni obrero, ni siquiera un cartel que señale el nombre de la empresa que la explota. Sólo la presencia de una columna de producción testimonia una actividad en el subsuelo. Esta estructura metálica de alrededor de dos metros, bautizada “pino de Navidad” en virtud de las numerosas válvulas y herramientas de medida de presión que parten de su tronco, se yergue en el mismo centro de un cuadrado de gravilla de aproximadamente diez metros cuadrados. Alrededor, la naturaleza parece haber conservado sus derechos.
Contemplando la alternativa de bosques de robles, de lagos y de campo donde pase el rebaño, Joseph evoca su tierra con un placer evidente: “Desde que me jubilé, hace cuatro años, me ocupa de negociar los contratos en nombre de los veintidós herederos de mi tatarabuelo, que adquirió esta parcela hace un siglo”. Ex periodista, cuenta haberse “vuelto a poner gorra de reportero” y pasado meses documentándose antes de firmar cualquier cosa. Se jacta de haber logrado negociar 25% de royalties por único pozo de su terreno. A pesar de ese porcentaje elevado, su familia y él no compartieron más que 1.500 dólares en enero pasado (contra 2.200 dólares dos meses antes). “Tenemos un buen contrato, pero nuestro pozo nunca produjo mucho”, explica sin amargura.
A imagen de este yacimiento, explotado desde los años setenta y hoy al final de su vida útil, cuatrocientos mil pozos de petróleo (sobre el millón cien mil de pozos activos con que cuenta Estados Unidos) producen menos de quince barriles por día, que suministran el 11% de la producción total del país (1). Si estas instalaciones no reportan más que bajas rentas mensuales, sin embargo permiten negociar importantes bonos. “En 2011 firmé por tres años con Square Mile Energy, una empresa basada en Houston –detalla Joseph-. Estaban interesados en 325 acres de nuestro terreno y se los arrendamos a 250 dólares el acre (2), o sea, más de 81.000 dólares”. Nunca tuvo ningún contacto con un representante de la compañía. “Todas las transacciones pasan por un intermediario, un ex militar de unos sesenta años”.
Negociaciones
Según el presidente de la asociación de propietarios mineros de Texas, Jack Fleet, dos millones y medio de personas arriendan su subsuelo en ese Estado, ya que cuenta con trescientos mil pozos y por sí solo produce casi un tercio de los 9,2 millones de barriles de petróleo bruto extraídos cotidianamente en los Estados Unidos (3).
Cuando las compañías se enteran de que hay petróleo en una región, multiplican los contratos de locación con el objeto de poner todas las posibilidades de su lado; muchos subsuelos arrendados finalmente nunca son explotados ni incluyen ningún pozo. “Nuestros miembros cobran en promedio 500 dólares por mes –indica el presidente de la asociación-. Pero si se retira de la ecuación a la minoría de muy suertudos, la mayoría cobra 100 dólares por mes”.
En la comunas cercanas a Dallas, donde la fractura hidráulica horizontal ahora permite perforar bajo pabellones suburbanos, los habitantes comienzan a organizarse. Para Samuel Smith III, gerente de una empresa de transportes y miembro de una asociación barrial de Arlington, “por mucho que las empresas pretendan que la firma es ahora o nunca, lisa y llanamente no es así”. Él considera que los habitantes deberían tomar la conciencia de su poder de negociación. Las empresas petrolíferas no pueden perforar a menso que la mayoría de los habitantes de una parcela catastral acepten arrendar sus derechos mineros; si se ponen de acuerdo en no firmar, las empresas estarán obligadas a mejorar su oferta. Su esfuerzos de movilización dieron sus frutos: luego de una larga postura inflexible con los habitantes, Chesapeake aceptó multiplicar por cinco el bono que les proponía inicialmente, que pasó así de 300 a 1.500 dólares por acre.
A fines de los años 2000, cuando comenzaba el boom del petróleo de esquisto, las compañías aprovecharon la falta de experiencia de una parte de la población. Numerosos particulares firmaron entonces contratos que preveían un bono, pero sin compensaciones mensuales. Desde entonces son más conscientes de las posturas. Algunos siguen incluso cursos para propietarios mineros propuestos por la Texas Christian University (TCU), un establecimiento privado de Fort Worth. En enero pasado se celebró una sesión de formación. Durante tres días, veinticinco estudiantes, en su mayoría hombres de cincuenta años, vinieron a escuchar a George Wilson, fundador de la sociedad Wilson Consulting. Si la mitad de ellos poseían ranchos con inmensos terrenos, los otros se contentaban con una modesta parcela, a menudo recibida en herencia, que trataban de hacer prosperar por encima de su actividad de farmacéutico o de enfermera. Teniendo en cuenta el contexto, la morosidad podía parecer la moneda corriente. Sin embargo, los participantes se mostraban más bien flemáticos. “El petróleo está hecho de altibajos”, repetían a la salida del curso, como si recitaran una mantra. La mayoría apostaba a un ascenso de la cotización de aquí a doce o dieciocho meses; mientras tanto, capeaban el temporal.
Como un viñedo
Para Ken Morgan, director del Instituto de energía de la TCU, que se jacta de circular con gas natural, los propietarios mineros no pueden permitirse ser vengativos durante este período de vacas flacas, porque no hacen “nada” por ganar ese dinero. Él mismo recibe 700 dólares de compensaciones mensuales por su hectárea de terreno: “Es como si ustedes, franceses, cobraran el 25% de las ventas de vinos tener que vendimiar ni hacer nada. Sin embargo, si el Estado tomara posesión de los viñedos, sería una revolución. El petróleo es como un viñedo: forma parte de nuestras tradiciones y de nuestro pasado en Texas, y queremos conservarlo en el seño de las familias”. Lanzando en su comparación, prosigue muy seriamente: “Aquí no tenemos realmente una redistribución social, ¡pero los derechos mineros son la mejor redistribución de riquezas imaginable!“.
Los particulares no son los únicos que se benefician con la legislación norteamericana sobre los subsuelos. Iglesias, hospitales, asociaciones, todos son susceptibles de tener recursos mineros. Por otra parte, dos pozos están actualmente en actividad bajo el campus de TCU. La enorme mecha metálica que sirvió para la perforación está orgullosamente expuesta en el hall del departamento de Energía. Brian Gutiérrez, el vicepresidente a cargo de las finanzas del establecimiento, no brinda ninguna precisión sobre el aporte mensual de ese pozo. Como la universidad es propietaria de cien hectáreas situadas en la cuenca de Barnett, muy rica en hidrocarburos, Morgan, por su parte, evoca un cheque de seis cifras. La caída de la cotización, por lo tanto, no dejó de tener efectos en el presupuesto de la universidad…
Pero el precio del barril no es el único problema al que están confrontados los propietarios de pozos. Las consecuencias de la fractura hidráulica preocupan a muchos estadounidenses, sobre todo en Texas, que vio nacer esta innovación. En Denton, la multiplicación de los temblores de tierra (4) y el temor a una polución del agua incitaron a los habitantes a votar, en noviembre de 2014, contra la utilización de esta técnica. En un medio urbano, donde el bombeo convencional no es posible, esta restricción, de facto, equivale a una prohibición de la perforación. Apenas votada la medida, Leslee Davis, una sexagenaria de sonrisa contagiosa, propietaria de cuatro hectáreas en Denton, elevó una queja contra la ciudad cuya decisión, a su juicio, sería “contraria a la Constitución”.
Prudencia
Tanto habitantes como empresas parecen haber sacado las lecciones de las crisis petrolífera de los años ochenta, a la que a menudo hacen referencia. Incluso antes de la caída de los precios, la prudencia estaba a la orden del día. Así, la aplastante mayoría de los propietarios mineros conservaron su empleo. Dockery admite haber reducido sus horarios, pero ni él ni su mujer consideraron la posibilidad de vivir únicamente de las rentas petrolíferas. “Aquí uno está programado para trabajar”, dice entre risas.
Los que realmente se enriquecieron vienen de Texas rural, donde los propietarios poseen inmensos terrenos, inicialmente destinados a la cría o a la caza. De no ser por el tamaño del pick-up, costaría mucho trabajo distinguir a los que cobran petrodólares de aquellos cuyo terreno está situado del lado malo de la ruta. En Three Rivers, sin embargo, cuya base tributaria se multiplicó por cuatro entre 2008 y 2015, las casas siguen estando destartaladas, y los cables eléctricos se bambolean. En la ciudad vecina de Tilden, que refunfuña en invertir en material informático, los registros del palacio de justicia siguen siendo escritos a máquina. Actas de nacimiento, de defunción, pero también catastros que estipulan quién posee los minerales están consignadas en una sala reservada para ello. Las secretarias, ambas millonarias desde que arriendan el subsuelo, siguen trabajando todos los días.
“Aquí no queda bien mostrar que uno tiene dinero. Y además, a decir verdad, ¿En qué lo gastaría? Ése es nuestro estado de ánimo”, explica Dockery mostrando las llanuras áridas hasta perderse de vista. Él tenía tres sueños, de los que cumplió dos: cambiar el pick-up e ir a la Argentina. Podemos apostar que, a pesar de la caída de los precios, podrá cumplir el último: el peregrinaje a Santiago de Compostela.
1. Gregory Meyer. “Us stripper well operators eye closures amd low oil price”, Financial Times, Londres, 14-12-14.
2. O sea, 223 euros cada 4.046 metros cuadrados.
3. Datos del cuarto trimestre de 2014 suministrados por la Agencia Internacional de la Energía (IEA). Lo que representa más que Arabia Saudita (11.7 millones por día) o Rusia (10,5 millones por día).
4. El Instituto geológico de los Estados Unidos (United States Geological Survey, USGS) registró más de ciento veinte temblores de tierra en la región de Dallas-Forth Wort entre octubre de 2008 y enero de 2015. Jamás había medido ninguno en la región anteriormente