No hace mucho tiempo, en Washington, me encontré con un viejo conocido que acababa de ser nombrado en un alto cargo de la administración pública. Su escritorio estaba tapizado con flores y él se encontraba muy atareado abriendo numerosas cartas de felicitación que le habían llegado hasta su despacho.
Al cabo de unos minutos, cuando dejó de lado los sobres y pudimos estar solos, le pregunté qué se sentía al convertirse, tan de improviso, en una persona tan importante y famosa.
“Te sorprendería saber cuál es mi respuesta”, me contestó con aire de verdadera solemnidad. “Aunque no lo creas, este es casi el día más trágico de toda mi vida”.
Ante tal respuesta, incrédulo, por supuesto, le pedí que me explicara por qué se sentía de esa manera.
“¿Qué significa todo esto?”, me preguntó bastante disgustado, al tiempo que señalaba con su mano, indicando su espaciosa y lujosa oficina, repleta de muebles de caoba y equipada con costosas instalaciones.
“Significa simplemente que me han sacado de la rueda de la fortuna para tirarme en este puesto, como si fuera un trozo de arcilla. Este es un lugar en cuya creación yo no he tenido absolutamente nada que ver. Mi nombramiento no fue un homenaje a mis capacidades para manejar y hacerme cargo de este trabajo. Por el contrario, lo único que hice fue tener la suerte de ser muy amigo de un político, quien pensó que al nombrarme me estaba haciendo un gran favor. Si se hubiese tratado de una pequeña fábrica que yo hubiera construido con mis manos, partiendo de la nada y ésta hubiera sido su oficina principal, ahí sí que tendría muchas justificaciones para sentirme verdaderamente orgulloso. La misma cosa sentiría en este momento si se me reconociera y homenajeara por haber sido de la exitosa publicación de un libro de poemas, o si hubiera pintado un buen cuadro –es decir, si hubiera aportado con cualquier cosa que reflejara mis habilidades creativas–. Sólo así podría estar contento.
“CONCLUÍ QUE CON DEMASIADA FRECUENCIA UN CARGO PÚBLICO ES UN LUGAR EN EL QUE SUELEN ATERRIZAR LOS INADAPTADOS DE TODAS LAS CLASES. Y ESTA HABILIDAD COLOCÓ A MI AMIGO EN EL PUESTO”.
Sin embargo se ha hecho todo este alboroto sobre mi persona y sólo porque he sido nombrado en un puesto público importante, en el cual tengo realmente muy poco interés” –“¡bah!”.
Luego de decir esta frase, mi buen amigo casi se puso a llorar.
Entonces, su explicación me hizo darme cuenta de que estaba en presencia de una razón más dramática, que explicaba por qué siempre escasean en el gobierno los empleados públicos, que ocupen cargos de importancia y que tengan verdadera relevancia.
Es más, pensé que si ellos fueran unos reconocidos genios creativos, sería poco probable que estuvieran trabajando en esas enormes y grises oficinas. Concluí que, con demasiada frecuencia, un cargo público es un lugar en el que suelen aterrizar los inadaptados de todas las clases. Y como tal, esta habilidad había colocado a mi amigo en la línea directa de la elección para el cargo, en vez de obtenerlo por sí mismo más adelante…
El caso de mi amigo trajo a mi memoria el de un hombre de mi tierra natal, quien administraba una próspera y enorme granja agrícola. Debido a sus escasas habilidades para desenvolverse en el mundo de los negocios, todo el dinero que tenía se le fue de las manos, en unos pocos años. De esa manera, su propiedad terminó pasando a otra persona.
Pero el granjero que conocí era un tipo agradable y muy afable. Tanto lo era, que todo el mundo en mi tierra natal sintió mucho lo que le había ocurrido. Se propusieron a hacer lo posible para que su vecino tuviera una nueva oportunidad, y de esa manera volviera a obtener un lugar decente donde vivir. Fue tan fuerte ese sentimiento entre mis coterráneos, que se reunieron y todos decidieron votar por él, y así lograron convertirlo en el comisionado del condado. Ya en ese importante cargo, el granjero pudo llevar las riendas de los negocios públicos de la misma forma descuidada e ineficiente que lo había hecho fracasar en el manejo de su propio negocio.