Uno de los aspectos más críticos del ambiente urbano es el abastecimiento de agua. Históricamente la buena provisión de agua es el principal factor de localización de un asentamiento humano. Sin embargo, puede ser que el crecimiento de esa ciudad deteriore sus fuentes de agua potable. O que la ciudad se localice en un sitio con poca o mala agua, por alguna razón estratégica.
Es el caso de Río de Janeiro, cuya ubicación estuvo determinada por el puerto natural que forma su bahía. En Río “los habitantes se bañaban en las lagunas y ríos o en sus casas, con agua vendida por los indios libres o traída de los pozos. Los esclavos se bañaban en la laguna da Pavuna. Los desechos humanos eran retirados durante la noche por los negros y llevados a terrenos baldíos o al mar. La solución encontrada por las autoridades para el problema del saneamiento fue formar terraplenes con tierra retirada de los morros, lo que, con frecuencia, ocasionaba la devastación de los bosques” (“Geopolítica e produÇao da vida cotidiana no Río Janeiro Colonial”, Fania Fridman). Los esclavos que llevaban los desechos a los morros eran apodados “tigres” por las marcas que les dejaban las salpicaduras en la piel.
“De manera general -señala la autora- , las condiciones sanitarias de las grandes ciudades en el periodo eran bastante precarias. Diseminadas por los mosquitos y las lluvias de verano, las fiebres afectaban el centro de Río de Janeiro, ya bastante poblado y con pozos contaminados o salobres.
El desagüe de las ciudades portuguesas es distinto del de las españolas. En las portuguesas habitualmente, en el medio de las calles corre un canal con aguas servidas, que a menudo, se arrojaban por las ventanas. So cloacas a cielo abierto. En las calles se colocaban “tinas” en las que se depositaban las fecas domiciliarias, de donde eran transportadas por los esclavos hasta el mar. En caso de un “súbito aguacero” el contenido de las tinas se desparramaba por la calle.
Durante el periodo colonial no faltaron ideas para mejorar el ambiente urbano, aunque su aplicación fue escasa. El médico Manoel Vieira da Silva (1808) escribe sobre las “causas, próximas o remotas de las dolencias que aquejaban a los habitantes de Río de Janeiro”.
“Esta obra apunta como una de las mayores causas de la insalubridad de Río de Janeiro al estancamiento de las aguas, pues la ciudad estaba rodeada por todos lados de lugares pantanosos”, y observa: “nosotros sabemos que allí están en digestión y disolución sustancias animales y vegetales, las cuales en presencia de los grandes calores, entrando en putrefacción, dan origen a pestíferos gases, que deben llevar a todos los vivientes los preliminares de la muerte, ya por su acción inmediata en la periferia del cuerpo (…), ya por la entrada en los órganos de la respiración”.
Propone canalizar los pantanos. Este sistema debería estar articulado con las mareas. Dice no utilizar caños subterráneos sino drenajes superficiales. Argumenta que el Estado debería determinar los lugares donde deberían ser edificadas las casas, con las respectivas alturas, sus puertas de entrada, para que los particulares, junto con el Estado pudiesen participar de ‘aterro’ e las nuevas calles”.
Se debería demarcar la dirección y ancho de las calles.
Condena el entierro en las iglesias. Condena también la falta de control sobre los navíos que llegaban a los puertos “cargados de negros” y sugiere que de allí podrían provenir “los gérmenes de molestias epidémicas”.
Propone retirar de la cuidad los mataderos, donde “los excrementos, sangre, orinas y diferentes restos de partes de los animales, producen putrefacción que se opone directamente a la salubridad de la atmósfera”.
El ingeniero José Joaquín de Santa Anna (1815) propone un sistema de desagües que reciba las aguas servidas de los distintos barrios y las envía a las playas. También considera que para que la ciudad sea más saludable y fresca “no debería consentir que se abriese calles de ancho menores de 60 palmos, (aprox. algo más de 13 metros), de tal forma que pudiesen entrar en la ciudad grandes columnas de aire”.
Para proveer de agua a Río, las autoridades impulsan la construcción del acueducto de Lapa (1670). A pesar de eso, la distribución del agua siguió a cargo de los esclavos. Finalmente, se construyó el acueducto de Arcos da Carioca, terminado en 1753. Es la única obra de esta índole hecha por los colonizadores portugueses, en tanto que son muchas más las realizadas por los españoles. Lo mismo ocurría en la Habana, el mejor puerto natural de América y uno de los mejores del mundo, con su enorme bahía tan cerrada que su boca podía defenderse todas las noches con una cadena colocada entre los fuertes que la guardaban. Sin embargo, el agua era escasa y era frecuente la mortalidad entre los tripulantes de los barcos que la visitaban. Se llevaba a la ciudad el agua en chalupas desde los ríos, lo que era un sistema incómodo y peligroso. Esto llevó a la construcción de un acueducto, llamado la Zanja Real, obra indispensable para la expansión y la seguridad urbana.
“Esta agua resultó insalubre para el consumo urbano: desde sus inicios, estuvo contaminada por los residuos de los molinos de tabaco, instalados en las orillas de la Zanja, y por ser lugar de baño para los trabajadores de esos molinos, lo que siempre se relacionó con la epidemias de “vómito negro”, que asolaron la ciudad de la Habana y con la alta mortalidad en los viajeros de los navíos del Rey que hacían escala en ese puerto”.
“El uso indebido de las aguas de la Zanja Real continuó en los siglos siguientes, en los que aun encontramos a personas y animales bañándose en ellas, así como se usó para el transporte de maderas y el vertido de basuras”.
También era peligroso el puerto de Veracruz, donde la fiebre amarilla y diversas enfermedades hídricas eran endémicas. Se hicieron varios intentos de mudarlo, pero no se encontraron sitios próximos con el calado adecuado o con las mismas posibilidades de defensa. La situación empeoraba por los tiempos fijados por el Rey para las flotas oceánicas, que hacían que los galeones llegaran a Veracruz en la mitad del veráno; es decir, en el peor momento de las epidemias.
Un viajero, describe Veracruz a comienzos del siglo XIX: “Los dobles lúgubres que suenan en torno de mi habitación y los entierros que atraviesan la ciudad a todas horas me traen congojado y lleno de horror, Hace dos meses que ha vuelto al azar su trono la muerte en este desgraciado pueblo y, lejos de saciarse con la multitud de víctimas yertas a sus pies, cada vez crece el estrago y va siendo más ardiente su sed de sangre humana”.
“Ni bien pisa esta tierra el europeo escapando de los peligros del mar, le hiere una mano invisible, y martirizado con los dolores más agudos, sucumbe envuelto en sangre a los dos o tres días de haber llegado. Otros hay que pasan los primeros ocho, quince o veinte días ente mortales inquietudes, y considerándose ya perdonados, se entregan con sobrada confianza a sus ocupaciones y a las distracciones que ofrece el pueblo, y también son sorprendidos por el traidor contagio; mil vi desembarcar ese otro día, que al son de sus cornetas marciales hollaban impávidos el suelo ingrato y rebelde de Nueva España y al corto rato yacían muertos o moribundos en los hospitales y en los atrios de las casas particulares, siendo muy de temer que sobrevivan pocos de estos heroicos forasteros”.
La mala calidad del agua fue siempre una de las causas principales de la propagación de enfermedades. Sin embargo, no hubo una política clara para abastecer de agua confiable a la ciudad y se dejó el tema librado a las posibilidades de cada uno. Los que podían pagarlo construyeron en sus casas aljibes para recuperar agua de lluvia. Los militares hicieron algo semejante: construyeron aljibes en el fuerte de San Juan de Ulúa, pero esa agua sólo se distribuyó ENTRE ELLOS… Los demás quedaron sometidos a los riesgos sanitarios o emigraron. El resultado fue que Veracruz , quedó siendo una ciudad de paso, en tanto que la residencia de las autoridades locales se mudó a Xalapa, situada en las montañas, en un sitio de mayor salubridad.
También había serios problemas ambientales en Nombre de Dios, uno de los puertos de llegada a las Indias en el istmo de Panamá: “El lugar era increíblemente malsano, insalubre, infestado de malaria y peligrosísimos para hombres agotados, sucios y subalimentados como los que llegaban desde Sevilla. Sin posibilidades de aprovisionamiento local y con escasa agua potable, la mortalidad a la llegada y durante la permanencia de las flotas era terrible; se ha estimado la tasa media de mortalidad de las tripulaciones de las flotas en trescientos hombres sobre cinco mil en una estadía de un mes, es decir, aproximadamente un seis por ciento”. Esta terrible situación era, sin embargo, considerada como una ventaja desde el punto de vista militar, ya que esa insalubridad del clima (…) haría por sí sola harto difícil un ataque militar contra el istmo.
El listado de epidemias es largo. Para dar algunos ejemplos, se registraron en México epidemias de viruela en 1520, en 1763, en 1779 y 1797. En la misma ciudad hubo epidemias de tifus exantemático (es el tifus producido por la Rickettsia prowazekii y trasmitido por el piojo del cuerpo) en 1520, y en 1736. En Cusco hubo una importante epidemia en 1720. Por su parte, la viruela asoló Lima en 1802. También se registraron grande hambrunas por pérdidas de cosechas, como la de 1784, año en que las heladas ocurridas después de una SEQUÍA EXTRAORDINARIA, hicieron que se perdiese la cosecha de maíz en México. Se estimó la cifra de víctimas en 300.000.
“En otras palabras, la vida cotidiana en las ciudades DE ESE PAÍS, NO PASA ESO, ese es un país chiquitito, que tiene todas sus ventanas abiertas frente al mar; ha sido impresionante comprobar en vivo como enfrentaron el ataque climático que ha causado daño con la sequía atacando a los más pobres con la dolorosa sequía que está siendo enfrentada hace años con valentía e inteligencia, es impresionante como las fuerzas armadas, concientes de su verdadera función patriótica, pusieron estanques en sus camiones y distribuidos por sectores portando estanques han distribuido el agua salvadora a los pequeños agricultores afectados, y el Estado democrático, con conciencia solidaria inició planes de regadío técnico dispuesto para reparar el daño y culturizó a esos pequeños agricultores en la ciencia de la hidroponía. El sistema estatal, ha instalado por la zona en desgracia centenares estanques de acopio, que les ha permitido la supervivencia y la dignidad, a los más desposeídos a esos vulnerables, sin farándula, maquinaciones ni discursos circenses. Este drama que comenzó hace ya décadas, el responsable sistema político, único en el mundo, tomó cartas en el asunto y hoy se comprueba que el ataque climático ha sido soportado y enfrentado con la inteligencia y esa propia cultura cívica…, este es un “bello país con vista al mar”, habitado con una población culta, responsable con históricas “instituciones que funcionan como está dispuesto en su Constitución han tenido como base la honradez y la responsabilidad cívica, de sus gobernantes, que siempre han tenido en primer lugar consideración patriótica respetando la voluntad de su pueblo…”.
¡Despierta guéon! ¡Ése no es tu país! ¡No sueñes más! ¡Que se mueran los animales para poder importar comida! ¡Ése es un buen negocio! y ¡Para que esas tierras bajen de precio…! Y, ¡cuando llegue el momento recuperarán su valía…! Y todo será como siempre ha sido…, sino cultivas tu educación cívica.
¡Estás o no de acuerdo?