De él poco se sabe que fue un caballero bávaro al servicio de varios señores. Compuso tres grandes poemas, el primero y más importante de los cuales es “Parzival”. Sus 25 mil versos repartidos en dieciséis libros, describen la corte del Rey Arturo y de los caballeros y la mesa redonda, la búsqueda del Grial y la figura del héroe Parzival (parzifal), su coronación como rey, etc. Wolfram, sigue de cerca el Perceval francés de Chrétien de Troyes, pero completándolo y modificándolo. Para él el Grial es una piedra preciosa caída del cielo, santificada por la hostia que deposita una paloma cada Viernes Santo y que impide envejecer y morir a quien la contempla. Contrariamente a lo que a veces se ha dicho, Parzival, es la figura central del poema: asistimos a su aprendizaje como perfecto caballero y perfecto cristiano, pues “el hombre que llega a su último día sin haber comprometido ante Dios la salvación de su alma por los pecados de su cuerpo, y que ha sabido, al mismo tiempo, merecer la Benevolencia del mundo por su nobleza de corazón, ha sabido emplear útilmente su vida.

La leyenda cuenta numerosos episodios de su vida, pero probablemente carecen de fundamento histórico, y la vida de Esopo de Planudes, es una compilación que data del siglo XVI. Al parecer Esopo fue un autor de cuentos, a la manera oriental, cuyas fábulas fueron recogidas y escritas posteriormente por Demetrio Falero en el siglo IV a. J.C. y por Babrias en el siglo I. a. J.C.
Planudes recoge ciento cuarenta. La mayor parte debió pertenecer al viejo fondo indo-europeo de los cuentos populares, de los que Esopo sería un simple transmisor. Estos breves apólogos están desprovistos de toda pretensión artística. La anécdota que en la mayoría de las ocasiones utiliza animales, no es más que el pretexto para una enseñanza práctica: “La historia muestra que…”, dice el autor al final de cada relato.
A fuerza de acumular pequeñas anotaciones, acaba por esbozar un embrión de moral cotidiana, a base de sentido común y de lucidez. Pero aún está lejos de la psicología y de la poesía de un La Fontaine, a quien Esopo debe, en buena medida, no haber caído en el olvido.

El Fortín del Estrecho