Es difícil aceptar que estamos llenos de contradicciones y es más difícil aún aceptar que es bueno que así sea. Sentimos una cosa y su opuesto al mismo tiempo, lo que es distinto que cambiar de opinión en el tiempo, que modificar nuestras posturas. Eso es transformación, no contradicción.
Es esa calidad de nuestros opuestos lo que nos hace humanos, inteligentes y lo que nos aleja del dogmatismo, del fanatismo.
Las mujeres somos particularmente contradictorias. Y vivimos tratando de no serlo. Como si fuera posible por pura voluntad. Hemos sido tratadas de “insoportables” y de “incomprensibles”. Sea como fuere, la verdad es que las contradicciones forman parte de nuestra naturaleza. No es lo mismo ser errática y poco confiable que ser contradictoria. Pero a veces se confunden y tal vez sea injusto decir o pensar que las mujeres somos más contradictorias que los hombres.
Las contradicciones nos humanizan. Por eso creo que las personas inteligentes no pueden ser sino contradictorias. Porque no hay nada más humano que querer y detestar a la vez. Y si uno lo acepta, la inteligencia aumenta, porque se agranda la visión del Universo. Los fanáticos se parecen a los lesos a veces, pegados en una forma única de pensar, intolerantes y hasta aburridos. Lo que se siente no es lo que se piensa, ni necesariamente lo que se actúa. Ser de una línea en el actuar no es negar que a ratos sintamos pulsiones o impulsos que se contradicen con lo que somos como identidad pública. Hay quienes dicen que las mujeres son más contradictorias porque son madres, que pueden odiar al niño cuando llora y adorarlo a la vez por su fragilidad. Porque criar un hijo que depende de nosotras para su sobrevivencia es difícil y, a la vez, le da un enorme sentido a la vida. Por eso que la guagua que nos despierta veinte veces en la noche nos agota y nos emociona. Y eso simultáneamente. Parece loco. No lo es.
Si no sintiéramos que lo que nos gusta es a veces lo que más nos cansa, si nunca hubiéramos hecho una maldad, si nunca hubiéramos tenido miedo de nosotras mismas, seríamos animales y además seríamos una lata. Lo que nos hace tener dudas y comprender lo que no es ajeno es justamente la experiencia de haber sentido cosas contradictorias y haber tenido que elegir. Es eso lo que hace posible la empatía. Hay un pedazo nuestro dentro, que puede identificarse, hasta comprender lo que ese otro hace y siente, aunque no lo aprobemos. Aunque no sea ya parte de lo que elegimos ser.
Entonces si queremos un mundo donde la empatía y la tolerancia sean valoradas, tenemos que aprender de nuestras contradicciones.
Y a tomarlas con sentido del humor, casi como una comprobación de que somos humanos, inteligentes sensibles.

El Fortín del Estrecho