En la historia contemporánea del país, Violeta Parra ha sido una de las mujeres chilenas con mayor talento creativo y de más fuerte temperamento que se recuerde.
La vi por primera y única vez en mi infancia, en Punta Arenas, cuando ella y otros artistas recorrían el país en una gira de divulgación de la cultura chilena. Fue inolvidable. Entró a paso lento en el escenario instalado en el principal gimnasio cubierto de la ciudad, y como llevaba en sus manos un instrumento que parecía una guitarra de juguete- quizás un cuatro o un charango-, el público se largó a reír, pensando, por desconocimiento, que era una broma. Se sentó sin inmutarse en una silla pequeña que también parecía de juguete y entonó los primeros versos de un joropo venezolano. El público se sumió en un solemne silencio, que solo fue quebrantado por la ovación que cerró su número de apertura.
Una década más tarde, nos propusimos con Patricia Bravo Berli, mi compañera de estudios de la carrera de Periodismo de la Universidad de Chile, reconstruir su vida a través de testimonios de familiares, amigos y personas que la habían conocido en distintas etapas y circunstancias. El resultado fue un libro titulado Gracias a la Vida, que nuestro profesor, Bernardo Subercaseaux, publicaría con Editorial Galerna en el exterior, en 1976 , bajo su nombre y el de un estudiante colombiano que circunstancialmente tenía los originales en su mano en los días previos al Golpe Militar.
Conversar con su madre, hermanos, hija, marido o amigos, me introdujo en la rica cultura auténticamente popular de las zonas central y sur de Chile. Desde esa primera investigación hasta hoy, he navegado con asombro y enorme agrado por la memoria chilena.
Cada 5 de febrero, alguien recuerda en la prensa su conmovedor suicidio en la carpa de La Reina en 1967. Yo, a mi vez, repaso los relatos de los informantes que entrevistamos con Patricia Bravo para armar el libro: a su madre, doña Clara Sandoval, contando que desde niña fue “siempre muy habilosa, muy viva y habladora”. A Hilda, su hermana, reflexionando que “todo lo que fue haciendo después –la tapicería, la cerámica, el canto- está relacionado con mi mamá o mi familia”. A Fernán Meza diciendo que “tenía un estilo un poco saca-pica. ‘Aquí está la Violeta Parra! ¡Llegó la Violeta Parra!’ Y a su madre, una vez más, confesando que entre los Sandoval “había buenas cantoras, todas del campo”, pero ella “rogaba al Señor que ninguno le fuera a salir así”.
A pesar de las súplicas maternas, Violeta inscribiría su nombre y su obra con pasión y talento indiscutibles en la historia de la cultura popular de América. Y cada vez que escuchamos una de sus canciones, se hace real otro ruego, el de su hermano Nicanor: ¿por qué no te levantas de la tumba/ a cantar a bailar a navegar/ en tu guitarra?
Patricia Stambuk M., periodista