Y es por una razón muy simple, el 75% de la energía que se produce en nuestro cuerpo reconvierte en calor, por eso, a mayor intensidad y prolongación del ejercicio, resulta mayor también la cantidad de calor que se produce.
Según voces especializadas plantean que el aumento de la temperatura central de nuestro cuerpo es una variable que limita la capacidad física, y al mismo tiempo afecta la circulación hacia la piel y aumenta la deshidratación, lo cual disminuye el volumen de sangre. Esta consecuencia altera la función cardiovascular y aumenta la frecuencia cardiaca, para mantener el gasto cardiaco, o sea la cantidad de sangre que bombea el corazón.
La solución, es la hidratación. El traspaso de calor depende exclusivamente de la evaporación del sudor.
En esfuerzos de resistencia aeróbica, por ejemplo, la perdida de agua a través del sudor puede alcanzar a tres litros por hora.
Así, pongamos como ejemplo en una corrida de 10 mil metros, la perdida  puede llegar al 2% del peso corporal. Y si no se realiza un cálculo adecuado para reponer la perdida  de agua, producto de la sudoración, entramos en un aumento de las posibilidades de que se presente un shock térmico en diferentes grados durante el ejercicio intenso, especialmente si el esfuerzo se realiza en un entorno sin control de la temperatura (caluroso), bajo alta humedad y ausencia de brisa y/o viento. En estas circunstancias se presentan los riesgos de contracturas, calambres, lesiones en músculos y tendones, y advirtiendo el futuro, se hace presente la fatiga.

Cristian Astete R. Profesor de Educación Física.

El Fortín del Estrecho