En este país la desvalorización de la opinión ciudadana como estrategia política, es la triste herencia histórica de la soberbia del último régimen dictatorial (es el mismo capital negativo del que hoy hacen uso los inescrupulosos).
Este desprecio a la libertad de decisión que tiene un pueblo digno de darse un sistema de gobierno común, fue en su época disfrazado y legalizado como binominal por los tecnócratas de la ilegalidad. Éstos, luego lo instituyeron con la intención de obtener los provechos de la auto-distribución del poder, aprovechándose de la debilidad generada por la destrucción de la organización ciudadana y abusando de las prerrogativas de esa fuerza ciega. Para ellos, el divino y sagrado poder económico. Sin oposición, no cejaron hasta lograr asfixiar la dignidad de los humildes con engaños enmascarados en la legalizada farsa electoral, vistiéndola de modernidad y justicia democrática.
Aquellos interesados por el poder que decían defender la institucionalidad no sólo que se sintieron dueños de los derechos fundamentales de la ciudadanía sino que también se aprapiaron de la vida de quien pensaba distinto y hasta de los que sospecharon que algún día podrían llegar a pensar libremente.
Hoy frente ha este sistema binominal que se ha hecho piel en el cuerpo social, se desprende la premisa que nuestro mundo en su conjunto, con sus logros y fracasos es el producto de la honesta y deshonesta participación individual en el sagrado derecho a pensar y actuar en consecuencia.
Quienes separan con acciones privadas lo que dicen unir en el discurso público, y que al amparo de la oscuridad contribuyen a la destrucción de las posibles combinaciones naturales nacidas en esa base que aspira a los limites de lo posiblemente digno; esos, son aquellos de quienes la ciudadanía, nada noble puede esperar. Ellos son lo que mutilan con esas falsas apariencias las humildes esperanzas encubriendo el cohecho en limosna.
Nadie es más hipócrita que el que se denomina “ser dueño de la vocación de servicio público, servidor de los pobres, servidor del pueblo”, convirtiendo el derecho y los deberes ciudadanos en dádivas. Olvidan que a todos nos mueven los apetitos del estómago, las vanidades, las competencias y deslealtades y todas las pulsiones humanas e inhumanas, adicciones y debilidades sexuales, que se financian y ocultan muy bien con los ingresos que reditúa el poder; que no es más ni menos que el aporte del sudor y las lágrimas de los incógnitos. (No olvidemos que las monedas que recibe el limosnero y los libros – incluida la Biblia – también pagan impuesto.)
Los pueblos que no se esfuerzan por exigir sus derechos o están satisfechos, son ciegos o esclavos.
Al revisar en conciencia la histórica conducta de los sistemas que nos han regido puede verse que sus rectores (fieles a doctrinas externas), se han especializado en castrar esperanzas con simples mata-tiempos y entre dolores y angustias de las mayorías humildes, uno que otro circo y cuando mucho algunos carísimos fuegos artificiales, después de los mendrugos. (Salvo honorables excepciones)
Estos especialistas, estos expertos, estos cultivadores de angustias que integran esas mafias, son los responsables de todos los atrasos y vergüenzas que la historia nuestra carga en la piel. Estas traiciones de quienes en los periodos electorales explotan la miseria y la inocencia, no eximen de culpa al humilde que vende su dignidad – y la de sus descendientes – por palmaditas en el lomo, algunos sorbos de licor y entremedio, las eternas y añejas promesas.
Son estos intereses demasiado humanos que infectados por el virus de las ansias de poderse transforman en demasiado bestiales, hasta encender las diferencias en límites mal sanos con todas las luces de la soberbia que guían los resentimientos y frustraciones hasta hacer florecer los odios.
El sistema binominal tiene ingredientes nocivos que alteran la frágil paz. La sociedad no debe ser considerada (ni considerarse) como una escala de diferencias e indiferencias o jerarquías ciegas, sino como ingredientes de un pastel que se horneará en el mismo fuego y tendrán en su conjunto, el mismo final…
Cuanto más humilde, más respeto. Cuanto más fortuna, más respeto. Cuanto más cultura, más respeto Cuanto más ignorancia, más respeto. Cuanta más alegría, cuanto más dolor; aunque no lo sientas…, más respeto.
Si no eres capaz de soñar, guarda silencio, con respeto…
La fuerza social que se una para intentar la autonomía política y económica de Magallanes no debe sustentarse en la simple suma del total de los comulgantes, sino en la potencia de la fe que les mueve. Y sí llegar más allá de los límites posibles, más allá de lo actual que impone lo exterior dominante y el interior dominado. (Así entiendo los otros posibles de Proudhon.) La unidad regionalista no debe considerarse una Celestina proxeneta, bajo cuyas sucias polleras suelen esconderse los manipuladores prostitutos.
“La igualdad no depende (no reside) en ese compromiso modelado por siglos de dominaciones e incompetencias regidas por leyes (ordenes) mutilantes, y ciegas aceptaciones inconscientes. Una inmensa mayoría está sometida por el conformismo. Las falsas igualdades y libertades condicionadas.”
Según Gilles Deleuze: “Cuando el más pequeño se vuelve el igual del más grande…” eso es en esencia la democracia. (Por ahí podría estar la senda a la Autonomía Magallánica, que a unos pocos no les cave en los pulmones, y dejan escapar la esperanza en resignados suspiros). Jamás será posible llegar a ser autónomo si no se comprende que es la igualdad y que es la solidaridad.
El Fortín del Estrecho, cumplió tres años de ardua tarea, nació para no morir porque nació con la fe necesaria que da el valor, para gritar fuerte:
¡¡TODO POR LA AUTONOMIA POLITICA Y ECONÓMICA DE MAGALLANES!!