Caminaba cada vez más rápido y, al doblar la esquina, echó a correr por el bandejón central de una avenida extravagante, con apariencia ferial. Al verse reflejada en las húmedas vitrinas, se estremeció de gozo puramente sensual; era una fierecilla sana y palpitante, con ansias de triunfar.
Respiró, a pulmón pleno, aquel aire de pecaminosas fragancias hasta desembocar en un bar. Mientras cataba su cognac* doble repasó mentalmente, con lujo de detalles, los continuos alegatos domésticos.
-Hay otra vida, mamá, otra vida; con halagos, diversiones y placer. Donde puedo ser la reina y cobrar, a precio de oro mi juventud.
-Malas juntas, Pepita, te están embolatando la perdiz. Nada es tan simple…
-…ni tan complicado.
Apuró el trago, y por enésima vez, leyó la dirección anotada en una servilleta de papel.
Si. Había otra vida. La pasión se convierte en cenizal, los huesos en astillosos y, el dinero, alcanza apenas para pagar el viaje del barquero Carón.
Para colmo de desgracias, era domingo. Su compañera de cuarto iría, de visita, a la casa paterna; con el consabido cocaví de vino blanco y duraznos. ¿La Maiga?, en el hospital, con el hijo. ¿Carmela? Avivando la cueca en “El zeppelín”.
Le quedaba un  último recurso: la película mexicana “Angelitos Negros” en el Politeama*, pero le aterraba salir sin compañía en una ciudad donde todos se conocían de vista y se saludaban con respeto. De buenas a primeras, notarían que era una “afuerina” no tradicional; que…
-“…mi tristeza profunda no veías/ y, al marcharte, sonreíamos los dos…”
Cortó el hilo de sus pensamientos el popular Chilenita quien, con un trillado tango de la guardia vieja, atronaba en la monotonía ambiente. Abrió los postigos, de par en par y, al sorprenderlo bajo la ventana, una ternura inmensa le embargó el alma; su ancha cara rubicunda penetró, como un céfiro, en la siempre mal ventilada pieza. Andaba emperifollado*; sin los clásicos tarros parafineros llenos de sangre y tripas que, en días hábiles, regateaba en el matadero a fin de negociarlos, después, en los barrios periféricos. Le invitó a pasar. Pactaría, con él, ese diabólico rito de la moneda bajo la lengua.
Olía la hierba recién cortada e, instintivamente, añoró el tomillo caliente de las montañas, los bosques de pino en argentados* destellos y la cosecha de moras en el lueñe* hogar. El pan amasado dorándose en el horno de barro, la leche al pie de la vaca y, las tiras de charqui, siempre listas en el galpón.
-He perdido mucho más que lo ganado – se dijo-; (sin contar la dignidad).
Bandadas de gorriones revoloteaban piando, en los aleros del techo, impidiéndole dormir la siesta. Sabía que la estación más hermosa del año,  pasaría inadvertida para ella. Sólo conocía la noche, las penurias de su oficio. El sol la cegaba despiadadamente, le escocía como una herida. Se había  convertido en búho. Por asociación de ideas, recordó a su patrona.
“…-Aquí, cada una, se hace el sueldo con las propinas. ¿Aprende de la Pamela! Ella te mira en menos, por lo gansa que eres, y hasta se burla de ti delante de los clientes”.
-No lo volverá a hacer. ¿Lo juro por esta cruz!
-Hay algo más cruel que la mentira; ¡la verdad! Cuenta la firme, rastrera, ¿por qué lo hiciste?
-Ya te lo expliqué… se me nubló la razón…
Se le atravesó, en la garganta, su mirada triste, de pupilas desvencijadas y falaria viveza.
Quedó clavada en el suelo, trémula de horror; enloquecida de pánico ante la corazonada, el mal agüero; la Pamela ¡acababa de morir! Su energía mental, que aún fluía intacta, deambulaba en la fantasmagórica calígene* del Pasaje Balmaceda, cual magma expelida por un volcán, arrinconándola; empujándola al abismo de la desesperación. Esquivó su asedio cuanto pudo, perdida toda noción del horario. Casi al filo del alba retornó al AQUERONTE y, sobre el cadáver de su enemiga, depositó una flor. A guisa de plegaria, musitó los versos de una poetisa magallánica:
Para el caso da lo mismo,/¡si has muerto tantas veces!/ sólo que, ahora, cinerarias adornan tu dolor/ y, en el rubí de tu  boca, se apagaron los besos./
Mujer de grandes pasiones, luces igual que antes:/ Ingenua, soñadora, creyendo en el amor;/ de aquellos que aplaudieron, tus sábados de gloria,/
hoy no ha acudido nadie a la cita del adiós./
De tan obvia, sonó a estúpida la pregunta:
-¿De qué me acusan?
-Homicidio.
De entre la muchedumbre expectante emergió una anciana llamándola a gritos:
-Pepa… ¡Mi pepita de oro!
Reconoció, enseguida, el curtido rostro, de profundos surcos, donde anidó la afrenta. Al abrazarla, no pudo disimular la emoción del encuentro.
-Hay otra vida, mamá, ¡otra vida!; y no es precisamente ésta. Díselo a mi hija…y las hijas de mi hija.
El policía le colocó las esposas.  
Cruzando el AQUERONTE, en ese mismo punto comenzaba el infierno. Pero le quedaba un consuelo. Saber que la Pamela sería sepultada con todos los honores de una indigente. Del catre, a la fosa común; sin ataúd ni responso, sin sacristán ni carroza. ¡Puruiela!*
-¡Lo juro por ésta cruz! Y entró, sonriendo al penal.                      

* Lueñe: Lejano
*Calígine: Niebla, oscuridad.
*Purriela: Cosa (ser) despreciable y de mala calidad.
*Falaria: Falacia, mentira.
*Cognac: Coñac
*Embolatando: Dicho popular: Embolar la perdiz
*Politeama: Nombre de uno de las salas de cine de Punta Arenas   
*Emperifollado: Bañado, con ropa limpia. Elegante. Emperejilado.
*Argentados: Plateados
Desenka Vukasovic de Draksler Magallánica

El Fortín del Estrecho